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Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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CUALQUIER psicólogo o psiquiatra nos dirá que lo esencial para tener una vida mínimamente equilibrada es tener una pareja y un trabajo estables. Amén de una buena dieta (mens sana in corpore sano), ningún vicio perjudicial o que sobrepase los límites de la dependencia, un poco de deporte para airear pulmones y ejercitar músculos, y echar mano de todo aquello que nos regale o incentive ápices o ráfagas de buen humor. Pero todos sabemos que es difícil, que lo más complicado de esta vida es precisamente vivirla de una manera acorde a nuestros sueños o expectativas o convicciones o esperanzas o intenciones, juntar todo esto con despertares a cada mañana y disfrutar de una aceptable cotidianidad o una rutina lo menos tediosa o alienante posible. Estas cosas que nos llenan la existencia, que narran o resumen nuestro paso por el mundo, no están en la estantería del supermercado junto a los productos de limpieza, ni en la sección de filosofía de una librería, ni siquiera en la de autoayuda. Podría decirse que todo son hábitos y dosis de verdad íntima. Sin embargo, hay cientos, miles de casos anónimos, individuales, particulares, en que toda intención de prosperidad o equilibrio choca de frente con la más férrea de las imposibilidades. Las calles, los bares, están llenos de gente que aspiraba a trabajar dignamente y sólo ha encontrado precariedad e injusticia. Remedios, 28 años, natural de Yecla (Murcia), quiere trabajar y ahorrar, quiere irse a Irlanda, quiere aprender inglés. Lleva dos semanas en Ponferrada, vino a parar aquí por amistad, por afán aventurero y experimentador, y no termina de salir de un asombro tras otro, y querría coger una cámara y grabar cada vez que va a pedir trabajo y le cuentan con toda la tranquilidad del mundo las condiciones y el sueldo y que no hay contrato. Y se pregunta si los sindicatos están durmiendo. Por ahora ha cumplido cinco jornadas como vendedora de verduras en el mercado, de siete de la mañana a cinco de la tarde, sin contrato y... a 27 euros el día. Y si coge alguna vianda para llevar a casa, de las que ya no va a comprar nadie, de las feas, con alguna o varias mellas, se lo cobran. Pregunta en una cafetería para evitar la explotación verdulera y resulta ser peor el remedio: de un sencillo sumar y dividir le sale la hora a menos de... un euro. ¿Qué? Que existe el negocio y el negociante, todos los demás, a servir. «Tercermundista», dice Reme. Y el equilibrio... en pocas casas y menos cabezas.

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