Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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AUNQUE haya pasado algún tiempo desde que Pedro Muñoz presentara su novela en la Uned de Ponferrada, no por ello dejaré de hacer una breve reseña al respecto. En primer lugar porque Pedro es alguien con quien he tenido el placer de charlar en alguna ocasión, y por otra parte porque somos paisanos y casi vecinos del Alto Bierzo. Recuerdo, estimado Pedro, una de nuestras últimas conversaciones a propósito de Cuba y ese escritor llamado Pedro Juan Gutiérrez, tu tocayo. Leída y aun releída tu novela, Habitación sin número , he vuelto al Gutiérrez de Trilogía sucia de La Habana . No en vano a Gutiérrez se le conoce como el Bukowski del Trópico, y a ti te entusiasma, sobre todo, este último. Habitación sin número tiene toda la pinta de ser autobiográfica, al menos en buenas dosis. ¿Qué novela no lo es? A uno, en cualquier caso, le sigue gustando lo autobiográfico. Tu historia de la pensión madrileña me hace recordar, sin ir más lejos, a mi propia historia de pensión cuando no era más que un novicio universitario. En aquella pensión de la Calle Asturias, en la que viviera un curso, me dedicaba, no más que alguno de mis compis, a espiar a una rubiecita de ojos azules y mirar tímido, con un cuerpo de modelo de peep show. Era la tal hija del matrimonio que regentaba la pensión. La espiábamos, eso sí, mientras se duchaba. Esto lo tengo escrito en un diario que permanece telarañado en el baúl de los harapos. Algún día a lo mejor me atrevo a desempolvarlo. Para leer tu novela no hace falta tener el estómago blindado, como dijera el maestro Pereira, ni siquiera hace falta poner en marcha ningún mecanismo defensivo. Me parece una novela atrevida. Y ser valiente es bueno, según el gran Nietzsche, a quien tú citas. Escribir, en el fondo, no deja de ser un ejercicio catártico, y si me apuras escribir es como hacerse una pipa, que dicen los franceses, aunque a decir verdad lo mejor es que te la haga una mulatica o una negra -ahora se lleva mucho esto-, o bien, ya entrados en harina, que te la «clarinetee» un corro de bailarinas mientras contemplas el amanecer azul y rosa en el Malecón. No me refiero al garito que hay en la Gran Manzana ponferradina. Me quedo, Pedro, con las últimas frases de tu novela: «Y busco la forma de olvidar lo que escribo en bares como éste. Y no puedo. Y tampoco puedo dejar de escribir». Son las tres de la madrugada. Estoy en un hostal de Madrid, y no puedo conciliar el sueño porque no puedo dejar de leer y escribir.

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