Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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EN ESTA época de calores y sofoquinas, incluso en el Bierzo Alto, no hay nada mejor que viajar en busca de brisa marina. Y como si de una prolongación natural del Bierzo se tratara, que lo es, a uno le entran las ganas de acercarse a nuestra tierra hermana, miña terra galega, donde suenan las gaitas bajo un cielo casi siempre gris, y la lluvia se vuelve música. Como es ésta época de fiestas, festivales y dances varios, aquí y allá, resulta bien estimulante enrolarse en la aventura musical de Ortigueira, que cada año por el mes de julio, y desde hace ya unos cuantos, nos ofrece la posibilidad de ver y escuchar a aquellos músicos y bandas musicales que nos han hecho soñar despiertos al amor de la radio y los discos. Ortigueira es un pueblo apacible, fresco y portuario que, llegado el Festival Internacional de música celta, se convierte en un gran escenario al que se suben los mejores músicos del mundo, al menos en su estilo. Este año hemos podido escuchar, entre otros, a los escoceses Phil Cunningham y Aly Bain, a los irlandeses Lunasa y a una banda bretona llamada Bagad Kemper. Una impresionante banda compuesta por cuarenta músicos divididos en tres grupos: gaitas, bombardas y percusiones. Phil Cunningham es un tipo cachondo y un virtuoso del acordeón, y Aly Bain es un maestro tocando el violín. Ambos manejan sus instrumentos con tal destreza y sentimiento que a uno se le ponen los pelos de punta cuando los escucha en directo. Es el acordeón un instrumento bien festivo, que da mucho juego en las romerías de los pueblos. En realidad, no hace falta más que un acordeonista para amenizar una verbena popular. Es Galicia, por lo demás, tierra hermosa en la que uno se siente muy a gusto. En el fondo sabemos que los bercianos, además de leoneses y/o astur-leoneses, somos galleguiños, y respiramos y sentimos -sobre todo hablamos y entonamos- como tales. Y prueba de ello es que a uno, cuando está en Galicia, nunca le preguntan si es de otro lugar, como ocurre cuando viajamos a Andalucía, Cataluña o el País Vasco, lugares éstos en los que acostumbran a confundirnos con gallegos. Al berciano, en Galicia, lo tratan como a gallego porque los gallegos saben o intuyen que con quien hablan es como ellos. Con esto no pretendo reivindicar un regionalismo absurdo. Pues no hay nada peor que creerse el ombligo del mundo. Todas las tierras suelen tener su encanto. Mas Galicia es como un sentimiento arraigado, una morriña que uno lleva en el alma.

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