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Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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Hace ya muchos años que oí por primera vez el apelativo de «ciudad sin ley» para este nuestro reducto urbano, también conocido como «olla», geográfico agujero rodeado de montañas y vaporizado cual cocido a presión por los humos autóctonos, a los que se suman ahora los humos de verano caliente y monte seco. A propósito de esto último, siempre se puede hacer mejor, y se supone que, exceptuando pirómanos o intereses pastoriles, nadie quiere que se queme el Pajariel. Teniendo en cuenta su incendiario historial vemos con preocupación pasiva que sigue ahí, regenerando año tras año lo ya regenerado y vuelto a regenerar. Pero «ciudad sin ley», que ya viene de lejos, independientemente de partidos gobernantes, es un resumen fiel y exacto de este pueblo grande que crece y quiere ser ciudad de identidad incierta. Se la conocía por la fiesta, por sus noches de juerga y sin límite de horario ni de sustancias. Tuvo sus años ochenta igual de locos que en el mismo Madrid, de hecho Bibiana Fernández (Bibi Andersen la de Almodóvar) pasaba temporadas en la casa que mi bisabuela alquilaba frente al convento de clausura. Ahora, en los dosmiles, esa «ley» que siempre suena como a película del oeste, pretende encauzar la noche ponferradina de una manera un tanto peculiar. Zona de bodegas, unos individuos con papeles bajo el brazo y obligaciones en nómina hacen cerrar La Escuela a la una de la madrugada. Siendo la una y cinco, increpan al dueño porque aún hay gente dentro. Este les explica tragándose la mala hostia que no puede echarlos más rápido y que además él come de esto. O comía, al menos cuando estaba hasta las tres sin queja de vecino alguna. Mientras, en la plaza de La Encina, que sí tiene vecinos quejosos, más de sesenta mesas de terraza están a rebosar. Toque de queda a las dos y media. La zona alta cierra y el rebaño se ve ineludiblemente desplazado a la zona de abajo. Lleguen ustedes cuanto antes a la Gran Manzana. Está claro que no va a llover a gusto de todos, y que nada importan las costumbres de zonas y preferencias barísticas, y tampoco la cuestión vecinos desvelados, que sirve de tapadera moral a la campaña de cierre temprano. Son las cuatro, ya todo está tranquilo en la alta zona, sólo algún gato vagabundo pasea por la plaza desierta. Los vecinos duermen por fin con su derecho al silencio nocturno. Es entonces cuando un libre y legal camión de la basura vacía el contenedor del vidrio. ¿Dónde están ahora los legalizantes? ¿Viven en el monte quizás?.

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