| Reportaje | Un oasis en el éxodo de las cuencas |
Milagro en Cabanillas, un bebé
El nacimiento del primer niño en casi dos décadas se festeja en Cabanillas de San Justo, un pueblo de sólo 13 vecinos en Noceda, como una especie de fenómeno de la naturaleza
Su nombre es Marcelino, pero para los vecinos más devotos de Cabanillas de San Justo es como si fuera el mismísimo niño Jesús. Una especie de regalo mirífico de la naturaleza no sólo para sus padres sino para todo un pueblo, que en casi dos décadas no sabe lo que es el rumor de la carcajada de un niño entre el gorjeo de los pájaros o el roce de la hojas de los árboles, atronadores entre tanto silencio. Marcelino vino al mundo hace dos meses en el Hospital del Bierzo de Ponferrada y el domingo será bautizado en olor de multitud en la iglesia de Cabanillas. La última vez que el párroco de Noceda empleó la pila bautismal fue hace dieciocho años, el 2 de octubre de 1988, para bautizar a Alejandro, un primo precisamente del retoño, que vive desde hace casi el mismo tiempo en la urbanita Bembibre. «¿No sé como estará la pila bautismal?», se interroga burlón Domingo García, el pedáneo de Cabanillas. Josefina Rodríguez y Bernardo Segura, los padres de Marcelino, crujen de la risa. El niño es desde hace semanas la gran atracción de esta reposada localidad, situada en el corazón del Bierzo Alto, en la que en las últimas décadas los oficios religiosos están emparentados exclusivamente con el luto. «Este niño, después de los años que han pasado, es como si fuera un auténtico trofeo», expone el pedáneo, rodeado de un grupo de vecinos encantados con la presencia de los periodistas. Entre ellos se halla su abuela, Francisca Barredo, la más longeva de la villa, y que el próximo 25 de octubre cumplirá 102 años. Juntos componen una especie de rara fotografía demográfica de las cuencas mineras del Bierzo. Cabanillas tiene durante el año no más de veinticinco habitantes. A mediados del siglo pasado, sin embargo, el pueblo llegó a superar generosamente los 300 residentes. La minería y la agricultura han dejado definitivamente de ser un medio de vida para los hijos de estos pueblos. «La mayoría, una vez que se han jubilado o prejubilado, han hecho la maleta y se han ido con toda la familia a Bembibre, a León o a Ponferrrada», explica Domingo. Los progenitores de Marcelino, Bernardo y Josefina, eran hasta ahora los «bebés» de Cabanillas. Él tiene 48 años y está jubilado de la mina. Trabajó en Navaleo como picador y posee el mismo aspecto saludable que su retoño. Ella, que en realidad es de Noceda, ha cumplido los 36. Llevaban una eternidad de novios, pero prácticamente son unos recién casados. El domingo asomarán a Marcelino a la pila bautismal, donde don José María, el cura de Noceda, lo bautizará. Al convite están citados los parientes más cercanos, «unos veinticinco», corrobora Josefina. Pero nadie tiene duda que el templo estará a reventar por los cerca de cien habitantes que en verano llegan a reunise en el pueblo, procedentes de la diáspora. El municipio de Noceda del Bierzo, en el que se ubica Cabanillas, tenía hace cuatro años casi mil habitantes. Hoy son 830. Lo certifica el propio alcalde, el popular Emilio Arias, que sabe bien del valor de un nacimiento. «Es una gran noticia. Pero la madre en realidad es de Noceda», reivindica en tono de broma. Hace una década, la minería, la agricultura y la ganadería mantenían en el municipio una población estable de casi 1.500 personas. El Ayuntamiento y los fondos mineros sostienen extraordinariamente cuidados los pueblos. Buenas carreteras, y abastecimientos y asfaltados todavía mejores. Aún se trata de rescatar la industria de la castaña. Pero el declive es imparable. Bernardo y Josefina, pese al gozo que les invade, lo tienen ya bastante claro. «Nos tendremos que ir en unos años, yo quiero que el chaval pueda estudiar, que tenga amigos...», vaticina agorero el progenitor entre los mudos gestos de asentimiento de sus convecinos. Por ahora, sin embargo, todo es dicha en Cabanillas.