Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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PARA MÍ las fiestas de la Encina forman parte del tiempo circular. Del tiempo que va y que vuelve. Las fiestas de la Encina me visitan cada año, a primeros de septiembre, y vienen todas juntas, las de tantos tiempos y años, y yo las contemplo como si formaran un carrusel muy lento. Un carrusel enorme, dividido en escenas que ya empiezan a ser intemporales, y que se mezclan las unas con las otras, y que acaban tejiendo ese tiempo circular. Tiempo de los indios y de muchos ponferradinos. La Encina circular es lo que yo puedo traer a la fiesta de mi pueblo. Y lo hago respetuosamente, como si ya fuera muy viejo. Y a la vez un muchacho que nunca quiso dejar de serlo. Y ahora vuelvo al carrusel, donde cada año fijó una imagen. Unas fiestas esa imagen fue la de un elefante que, con su trompa, liberó a un coche que se había caído en una zanja, no lejos del circo, en lo que hoy es la Rosaleda. Lo recuerdo perfectamente. También los aplausos de los viandantes y la sonrisa del domador. Desde entonces no concibo las fiestas de Ponferrada sin un elefante rondando. Otra Encina que evoco, entre tantas, fue la de hace dos años, cuando tuve el honor de ser pregonero de las fiestas. Mi padre había muerto hacía poco tiempo, me resultó muy raro dormir en un hotel. Hablé de la memoria a mis paisanos y sellé un secreto compromiso con la ciudad que ya está dando sus frutos, el primero un libro de cuentos que saldrá en el otoño, inspirado en el Puente, en Ponferrada, y perdonen la confidencia. Pero es que sé que ese libro nació en aquellas fiestas tan especiales para mí. La ciudad me abrió otro camino. Otra mirada. Mas no puedo olvidarme de las fiestas más raigales. Las que me visitan incluso en fechas ajenas, en el invierno encima, en la primavera lluviosa, en el otoño de los castaños. Entonces la Encina es una peregrinación interminable. La misma que haré el día ocho de septiembre, no sé si en Ponferrada o lejos. La senda que consiste en subir de la Puebla al Rañadero, por la mañana, y beber agua al final de las escaleras, ya en la plaza de la Basílica, y haberme cruzado con tantos muertos que reviven, y asistir a una misa antigua, y ser de nuevo aquel niño, y tomar unos churros a la salida y ya luego ver la procesión, y en lugar de sentir que esa ceremonia me es ajena dejar fluir mi contradicción y conmoverme agnósticamente cuando la Morenica pasa bajo el arco del Reloj. También Borges criticaba el tango... y lloraba cuando escuchaba a Carlos Gardel. Ése era el círculo. Felices fiestas.

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