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Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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CADA VEZ que se suma una víctima más a esa lista negra de lo que da en llamarse, por fin, de manera oficial y ya sobre la mesa de las soluciones, «violencia de género», valientes y renovadas almas con la fuerza de la rabia y el dolor, de la supervivencia y la vida robada, anulada, borrada, dominada, salen a manifestar de la manera más pacífica y solidaria posible, su apoyo, su hermanamiento en sentir y padecer con la (o las) víctima de esa semana. Se trata de la «Asociación de Mujeres Bergidum». Cada lunes, si en el territorio nacional ha habido víctima mortal, salen a la céntrica plaza de Lazúrtegui para hacer lo poco que se pueda: manifestar su condena hacia este mal endémico y, cual mala hierba, difícil de desarraigar. Son mujeres cada una de su historia y sus avatares, cada una de sus aspiraciones más o menos dañadas y recuperadas, pero con la experiencia común y compartida de haber sufrido durante más o menos años el infierno, el desierto de una relación tormentosa y dependiente en la que solían ser la parte perjudicada. Son las relaciones humanas un ente individual en plena y constante evolución, aunque, como todo lo humano y como toda evolución, el desarrollo es lento y sus cambios no se ven sino desde grandes distancias. El logro es localizar de vez en cuando un punto conflictivo, ponerle nombre, dar la alarma y luchar por su mejora y correcto funcionamiento. Ahí está el esfuerzo, luchar con línea constante, como si de la construcción de una catedral se tratara, aún a sabiendas de que quizás nuestra generación no vea el trabajo terminado ni las deudas emocionales saldadas. Así y todo, cada caso salvado, cada mano echada sobre una mujer más, es un triunfo que se reproduce por extensión hacia los hijos, las hijas, hacia otras mujeres que hoy, enésimo viernes más en sus vidas menospreciadas, continúan dentro de alguna casa sin siquiera saber que pueden resurgir y ganar la batalla, remontar por encima de todos los desprecios y respirar los días y conseguir que les pertenezcan, recuperar o hacerse por vez primera con su propia y legítima VIDA. La autoestima, el respeto. Palabras que se desgastan por obvias, y sin embargo, son lujo al alcance de pocos. Es la violencia normalizada que habita las casas, los colegios. Es que no sabemos bien dónde empieza esa violencia, dónde el trato deja de ser amor y se convierte en posesión, en humillante manejo, en secuestro por la iglesia o por lo civil.