Diario de León

Que las apañe el listillo de turno

Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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EL BIERZO es tierra abundante en castaños y castañas. Y en nuestro Alto se da la «pared» o «parede», que es una variedad bien sabrosa, chiquitina pero matona. Las castañas asadas se me antojan deliciosas. Es como un recuerdo de infancia, cuyo sabor conservo en la memoria afectiva. Comer castañas asadas es un privilegio al alcance de cualquier berciano, aunque con el paso de los años da la impresión de que se fueran perdiendo las buenas costumbres, tanto es así que los magostos se hacen con fines políticos más que sociales, y el asado de castañas al tambor, mientras uno se queda hipnotizado al amor de la lumbre, ya forma parte de nuestra historia. Por lo demás, el personal sigue apañando castañas como si estuviera poseído por algún demonio. Algunos apañan hasta lo que no hay escrito en la sagrada escritura. Si te descuidas un poco acaban apañándote a ti también. Algunos osados se aventuran en el bosque de los castaños cual si fueran lobos hambrientos en busca de alguna caperucita castañera. Y no se te ocurra espantarlos, si los ves en tus «soutos de castañales», que pueden darte un bocado en toda la yugular. El personal anda «esfamiao» cual si viviera tiempos de posguerra incivil. Y los peores son los foráneos, esos que nadie sabe de dónde vienen, que atropan castañas hasta que les revientan las alforjas. Tanto apañar para que al final venga un mindundi comprador, que te ofrece una mierda por las castañas, y mi gozo, y el tuyo también, acaben en un pozo. Los apañadores de castañas no deberían venderlas a 0,60 céntimos de euro el kilo. Cuesta mucho esfuerzo recoger castañas para que cualquier avispado haga negocio a cuenta de tu sudor, y encima se ría de ti. Los apañadores tendrían que hermanarse en un pacto de honor y valentía para que no saliera ni una triste castaña del Bierzo, a no ser que el kilo se pagara de modo razonable. Al menos un euro. Tampoco es mucho pedir. Además, sabemos que nadie o casi nadie vive de las castañas. En realidad, el apañador tiene la sartén por el mango. Por pitos o flautines hace años que venimos sufriendo la misma cantinela, que si hay mucha cosecha entonces se pagan poco, y si hay poca, también hay que regalarlas a un pendejo, no tiene otro nombre, que sacará buen lucro de ellas. El negocio en este país de trepas y listillos siempre estará en el intermediario, mientras el humilde apañador siga doblando el «llombo» y espinando los dedos de las manos sin rechistar. El próximo año que las apañe el listillo de turno.

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