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LA FRAGUA DE FURIL

A propósito de Match Point

Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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LA ÚLTIMA peli de Woody Allen, Match point, le sirve a uno para reflexionar acerca de la realidad y la ficción. Desde que se inventara el cine como fábrica de sueños, vivimos y creemos más en la ficción que en la realidad, deseamos la representación de la realidad y no la realidad misma, lo que nos vuelve trastornados, aunque la cruda realidad supere cualquier ficción. Si aceptamos el juego de que el cine es ficción, sueño artificial o pesadilla, que trastoca los marcos del tiempo y el espacio, al menos una gran parte del cine, esta peli cuenta con todos los ingredientes ficticios para embelesar al espectador. Y aún logra, lo cual resulta escalofriante, que el espectador se identifique con el tenista-trepa-asesino, que encima es un pusilánime. Si bien acaban encajando todas las piezas en su guión-rompecabezas, incluido el juego del azar con que se inicia la peli, éste se me antoja puro artificio. Y aunque Allen logra sorprender al espectador con ese giro de guión casi al final -uno no se espera esa reacción del prota-, parece como sacado de su diván en un arrebato de neurosis. En realidad Allen nos cuenta la historia de unos personajes estúpidos, reflejo de la sociedad involucionada en que vivimos, donde el azar triunfa sobre el talento. Por azar vemos cómo se salva el asesino de las garras de la policía, lo que podría ser engañoso. Aunque en nuestra sociedad basura a menudo es el azar y no el talento quien decide nuestras posiciones en la vida. Tras una apariencia de santo varón, se esconde un hijoputa, que no sólo engaña a su mujer y la familia de su mujer, sino que acaba cargándose a su amante. Lamento deshilachar la trama. El final se me antoja perverso porque consigue que nos identifiquemos con el asesino, y ya sabemos el poder hipnótico que ejerce el cine sobre las masas que gustan de imitar conductas cinematográficas. Por lo demás es una película pesimista y transgresora cuya idea de partida la podemos intuir en «Crimen y Castigo» del genial Dostoievski y en el cine negro, con una sensual Scarlett Johansson en el papel de mujer fatal, que está para degustarla toda ella, aunque tampoco sea trigo limpio, además de esa reflexión final nihilista tomada de Sófocles, que nos remite a las puestas en escena tan del gusto de Bergman, en las que hacen acto de presencia los espectros humanos. Allen, sin quererlo o queriéndolo, acaba haciendo el cine que tanto gusta al público.