El azar
QUE EL AZAR forma parte de nuestras vidas comienza a estar claro, incluso de un modo científico, a partir de las nuevas teorías sobre sistemas caóticos y la mecánica cuántica. Se admite que aun en experimentos controlados hasta sus más mínimos detalles siempre hay un grado de aleatoriedad en el resultado. Uno no es sólo su voluntad sino también sus circunstancias, que pueden jugar a favor o en contra. Hace un par de semanas, mientras paseaba por una de las avenidas lisboetas, en concreto la Almirante Reis, tuve la mala suerte de toparme con un tipo que, tras avisarme de que estaba en zona peligrosa, y que acababa de salir del trullo, me invitó a que le diera unas monedas. Ante mi rechazo, incluso mi sonrisa, el tipo en cuestión me dejó libre un instante, que aprovechó un negro de aspecto espantoso, larguirucho, marcado con una cicatriz en el rostro, para abalanzarse sobre mí como un terremoto. No me dio tiempo a reaccionar. El negro, que me «emburrió» por la espalda, se agarró a mi mochilita, tiró de ella con mala leche, y me tambaleó, hasta que caí al suelo, donde fui vapuleado durante algunos segundos, tal vez minutos, por este fillo de puta y una rapaza, los cuales no lograron, a pesar de su empeño, quitarme la cartera, en la que llevaba dinero, tarjetas, etc, porque entre otras asuntos, llegó la poli, que me alivió del susto y de las agresiones. El azar quiso que sólo me llevaran la mochila, en la cual estaba una cámara fotográfica, un cuaderno de notas y un libro sobre Lisboa. Luego de la agresión sólo pensaba en recuperar el cuaderno de notas, en el que tengo escrito algunos viajes, y apuntes de Lisboa. Pero el azar, que se puso de mi parte una vez más, volvió a querer que al final los agresores fueran a parar a manos de la poli, y el material robado volviera a mí, algo que no ocurre con frecuencia. Tras formalizar no sé cuántos trámites burocráticos, conmocionado por el suceso, volví a recuperar la normalidad. Siempre agradeceré el trato que me prestara la policía, en concreto una jovencita y jovencito polis secretas, que además de dar caza a los asaltadores, me llevaron al hospital, y luego me atendieron con cariño. Son los portugueses gente por la que siento gran afecto, y a partir de ahora, a pesar de esta agresión, creeré aún más en el azar y en la policía portuguesa, que por cierto es habilidosa y maneja lenguas extranjeras con una facilidad envidiable. Lisboa seguirá siendo una ciudad familiar, «misteriosa y exótica», como me dijera Patricia Sousa, una chica adorable y melancólica a quien tampoco olvidaré.