Diario de León
Publicado por
JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

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REUNIDOS unos pocos amigos del alma, a la sombra de la higuera que Luis Alfredo tiene en Montearenas, platicábamos sobre la vida y milagros de entrañables personajes, del mester de juglaría y de clerecía, otros sin oficio ni beneficio, que bien merecerían figurar en una galería de ilustres, aunque sólo fuera a nivel comarcal y sin urgencias de inmoralidad. Es cierto que quien tiene un amigo tiene más que el leopardo, etc. etc. pero si de trata de más de dos, ya estaríamos hablando de toda una fortuna. Así aquellos afortunados, pasamos a reflexionar con toda una larga velada por delante, sobre los estragos de la televisión en los estratos menos estructurados de las colectividades desarrolladas, con daños selectivos en sectores de población más vulnerables, pasando luego a discurrir sobre la querencia vétero-testamentaria por la cultura sabática que carga y alimenta las pilas de la amistad, hasta desembocar en una reflexión colectiva de hombres y mujeres, sobre la poesía necesaria como el pan de cada día. ¿Porqué, quise saber yo, casi todos nuestros grandes poetas son de Villafranca?; porque aquel es un territorio bien abonado para la poesía, precisó Amancio, el de la voz prodigiosa que crece y crece con él, como nos muestra su último CD, alumbrado en Salamanca; será ese el poder de la geografía, que también nos va modelando, aventuré yo, recordando a aquella moza que, con mucho candor, reconocía : «en este pueblo se peca bastante, hay mucho monte; lo permite el terreno». Como veníamos hablando de poesía, Juan Carlos Mestre, grandísimo poeta según las antologías, los expertos y el pueblo llano, recordó a la poetisa Felisa Rodríguez, corazón de campana, elogiando su fina vena lírica y su enorme talla moral. Lo que vino muy oportuno, pienso yo en voz alta, ahora que los del partido popular ha tenido el detalle de inmortalizarla en Noceda, de la mano maestra de Arturo Nogueira, después de que las instituciones por ellos gobernadas congelaran durante largos años el sueño que dio sentido a la vida de Felisa, hasta que cansada de seguir esperando, se durmió del todo, como había dejado escrito: «aceptando el fracaso irreversible sin problemas de posadas ni equipajes/para remontar, ingrávida y libre,/al paraíso de los bien aventurados». Paradojas de la vida y de la muerte, no hay cosa mejor que morirse uno mismo para que, todos aquellos que te ningunearon en vida, te oficien finalmente el cuestionado homenaje post mortem.

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