Diario de León
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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NO HA SIDO una, ni dos, ni tres, sino ya unas cuantas veces de las que no guardo la cuenta. Pero el hecho es que son muchos los visitantes foráneos que se quedan prendados de esta región, de este Bierzo. Son muchos los que perciben, cada cual llámele como le quiera o sepa llamarle, la magia, o energía, o fuerza, o algo especial, en el aire, las gentes, los sitios. La vida que siempre se mueve en este lugar llovido de nombres curiosos y de memoria confundida entre cuatro fronteras. Tal vez sea esa búsqueda presente, aún no resuelta, de esa identidad exacta y fija, sin fisuras ni peros ni relativos interrogantes, lo que aviva la lumbre que cuece este caldo a fuego lento y constante. Unos quieren ser Galicia, unos quieren ser León, unos miran hacia Asturias, unos pocos dirigen cierto reojo a Lusitania vecina cercana. Otros miran dentro y no quieren pertenecer, sino ser. A otros les trae sin cuidado. Hay quien pertenece nada más que a la calle donde vive, y a mucha honra. Y hay razón en cada cual, y al mismo tiempo, la realidad de un día tras otro vuelve a decirnos que ninguno puede ganar esta lucha pacífica y tenaz. Porque podemos inculcar conocimientos, pero no raíces, no el sentimiento de pertenencia que cada uno lleva buena o malamente cosido adentro. La identidad es el fantasma que acompaña y reclama al hombre desde que este pudo pensar, desde que pudo querer ser, formar parte, estructurar ese ser y esa parte debajo de un nombre, unas costumbres, unos haceres, unos saberes. Un por qué capaz de resolverse. Y aquí estamos nosotros, decidiendo qué punto cardinal es más nuestro o de cuál somos más nosotros. Inclinando nuestro sentir verdadero a la dirección que más nos llama. En el arremolinado medio de la historia de este lugar del mundo no mejor, no peor que otros lugares. No libre de enorgullecerse cuando algún visitante observa lo especial. Los piropos siempre elevan esa palabra en ciernes que es el ego, barren a un lado la incómoda compañía del complejo de inferioridad, presente también como una especia más en el caldo, ingrediente que da cuerpo a esa lucha por decir, por sentar la base de lo que somos. Y lo que somos es todo el conjunto, todo junto. Todos en nuestros círculos, con todos nuestros movimientos. Todos los ideales y todos los esquemas de cómo debería ser. Toda la rutina lenta que pide estar viva, hija de la historia y madre de mañana.

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