Un Bierzo crecido
QUE EL BIERZO ha ido perdiendo población, con el paso de los años, es un hecho objetivo, aunque Ponferrada haya tenido un gran crecimiento a resultas de los muchos habitantes de los pueblos. Sobre todo del Alto, que han bajado a la capital en busca de comodidad, en espera de un mundo mejor, cuando en realidad donde mejor se vive, qué duda cabe, es en el pueblo, incluso perdido en algún rincón abundante en agua y rico en vegetación y fauna, por ejemplo en la falda de Gistredo, y aun en otras faldas o serranías cual maquis a quienes no persigan los lobos feroces. Como en tiempos en que la barbarie campaba a sus anchas en nuestra provincia. Ahora nos enteramos, según noticias de reciente hornada, que el Bierzo está creciendo en población. Qué curioso. Quién lo diría. Los pueblos del Alto no sólo se están despoblando sino que su población, envejecida por lo demás, está muriendo a pasos agigantados. Y no da la impresión de que esto lo vaya a remediar nadie, ni siquiera los politiquines, especimenes, por lo general, preocupados por su ombligo y bienestar, amén de sus honorarios y dietas varias, que no paran de contarnos milongas acerca del turismo rural y de cómo asentar población en los pueblos y aldeas. No hace falta más que darse una vuelta por la comarca para comprobar que a nadie interesa repoblar los pueblos, quizá porque lo mejor es tener bien controlada a la población en una ciudad, aunque esta no sea grande. Los políticos suelen centrar todo su interés y su pasta en las grandes urbes, que acaban zampando al pez chico. Esta es la terrible realidad. No nos engañemos ni intentemos convencer a los otros. Mientras tanto, los ayuntamientos grandes, sobre todo Ponferrada, siguen arrasando a los pequeños. La calidad de vida está o debería estar en los pueblos, como sucede en Francia, ese país cuya belleza nos conmueve, mas el empeño del sistema, perverso y caníbal, no es devolver a los humanos a sus orígenes naturales, sino vomitarlos con saña a la polis para que estos cumplan con su ceremonial y rol políticos, y estos se conviertan de paso en animalines esclavizados a los impuestos abrasivos que impone la vida en comunidad, en este zoo humano y asfaltado que embetuna nuestra salud. Nadie se libra, ni siquiera en los pueblos, de apoquinar, pero al menos en estos se siente cierta libertad y se respira aire puro, salvo cuando nos llegan las tufaradas de la térmica, la suciedad que nos lanza a la cara el Bierzo crecido para recordarnos que no todo el monte es pureza.