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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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DÉMONOS fraternalmente la paz, que la paz sea con nosotros y con nuestro espíritu, decía o dice el párroco, como algo entrañable, que acaba en un apretón de manos o un beso en la mejilla del prójimo. Qué bonito gesto de fraternidad. La fraternidad en un mundo fratricida, feroz por todos los costados de su intra-ánima, ánimas benditas que estáis en los cielos, rezo, una y mil veces, para que el mundo salvaje que nos ha tocado vivir no nos vuelva trastornados o criminales de guerra. Hemos visto hace unos días cómo en los colegios bercianos, con motivo del día escolar de la paz, los profesores daban a sus alumnos lecciones morales. Hacen bien los profesores en educar a sus pupilos en la paz, pues estos necesitan que alguien los meta en vereda, antes de que se tuerzan y hasta retuerzan sus instintos de perversos polimorfos, capaces de quebrar la chola a sus progenitores y aun a sus profesores. El día escolar de la paz tendría que ser el pan nuestro de cada día. Y debería servir para hacer que los escolares crecieran con esa salud mental y física que procura una educación en valores espirituales. Pero como quiera que la sociedad está podrida, empezando por las familias, desestructuradas y neuróticas, tienen los profesores mucha tarea por delante. No resulta nada fácil educar a los escolares cuando estos viven en un entorno donde la violencia da dentelladas en sus entrañas hasta hacer que les brote la sangre. Ahora los chavalines viven demasiadas ficciones terroríficas para que les entre la paz en el cuerpo cual si se tratara de aquel eslogan vomitivo: la letra con sangre entra. Uno, que vivió algunos años escolares en que las letras se aprendían a ritmo de estacazo, sabe que esta no es la mejor forma. Entonces había maestros que imponían rigor y hasta terror en sus alumnos. Ahora, en cambio, algunos profes acaban desquiciados cuando se enfrentan a niñitos despóticos y fascistas, capaces de tatuarte los tacos de sus botas en tu rostro. La Asociación Ecobierzo reivindicó la paz como un camino deseado por todos, mas sospecho que, en el fondo de nuestra alma cainita, la paz no es más que una palabra hermosa, porque el personal suele disfrutar haciendo sufrir al otro, porque el otro nos es extraño, hasta nuestro otro yo nos es insoportable, y tardamos tiempo en aprender a convivir con el lado más infame y nos aterra ser pacíficos en un mundo en el que la violencia se impone como una suerte de supervivencia.

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