Diario de León

CUATRO GATOS

Un momento en la plaza

Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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ESTABA el otro día sentada en la Plaza del Ayuntamiento. Hacía unos minutos que se había quedado desierta como de un plumazo, después de que el Instituto Gil y Carrasco hubiera liberado a cientos de estudiantes hacia la ansiada hora de comer, hacia ese «por fin» de cada día. Algunos de ellos habrían cumplido responsablemente sus horas desde la primera a la última y tendrían en orden sus carpetas y sus próximos pasos hacia el día siguiente y hacia los aprobados que derivan de la constancia y el aplicarse. Otros, más mayoría, habrían añadido otra fecha más a su cuenta particular de faltas de asistencia que luego hay que esconder de los padres, o intentarlo. Y vaya uno a saber la historia de cada uno, lo que les espera en casa, o lo que no les espera. En base a qué han construido qué valores, qué esquema básico para caminar hacia qué. Porque sabemos desde hace rato, u olemos, u obviamos, o vivimos directa y resignadamente con la noción de que esta mayoría está completamente desorientada. Sabemos de antemano, los que hemos pasado por ahí, sea cual fuere nuestro estereotipo, lo que espera después de esos años aprovechados o no, superados o no. Y cuánto está en juego precisamente en esa etapa en la que todavía no hemos terminado de aprender a jugar. Miles de historias anónimas de fracaso que luego tiñe vidas enteras se fraguan y se han fraguado dentro de este instituto y de cientos de otros en este país, que ahora además se para a recapitular lo que el sistema educativo tiene de apto y de inepto. Lo cual, por otra resultante parte, origina algún que otro día de huelga en que los bares cercanos al centro de estudios se llenan hasta los topes de alumnos contentos que no saben exactamente por qué hay huelga, pero es que da igual. Cuando ya todos se han dispersado pasa un grupo de escolares para quienes aún no ha llegado el tiempo de entrar y salir día a día de ese Instituto, que se les dibuja como siguiente etapa a conquistar. Tras ellos, no siguiéndoles, sino detrás, más tarde, aparece un niño solo. Camina solo, cruza la plaza en zig-zag, habla solo, y no sólo habla, sino que en un par de ocasiones emite un par de grititos. Su andar es desgarbado y nervioso, de pronto salta, corre, se para. No le importa el exterior. Y pienso y me pregunto a qué casa se dirige, qué sistema educativo vela por él, qué sentido tendrán para esa cabecita fantasiosa y completamente fuera del mundo estas dos palabras. Quizás sean una ridícula sorpresa.

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