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| Reportaje | Fantasmas del pasado |

«¿Así que mataron al ruso?» Buena persona y mejor ingeniero Kindelam: «Es la mina más segura de Europa»

A pesar de los 18 años transcurridos desde su «desaparición» todo el mundo recuerda en Fabero a Fernando Bernaldo de Quirós, la mayoría como un buen tipo y un buen técnico

La plaza del Ayuntamiento de Fabero, centro de reunión

Publicado por
R. Arias / M. Enríquez - ponferrada
Ponferrada

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A pesar de que ya antes del fallo condenatorio por la explosión de grisú del grupo Río Fernando y su familia habían abandonado Fabero para trasladarse en Ponferrada, ayer mucha gente tanto en la cuenca como en la capital de la comarca recordaban su figura con especial nitidez. Como si no hubieran transcurrido 18 años desde su «desaparición», muchos de los que le conocieron encajaron ayer la noticia de su muerte con una mezcla de sorpresa y normalidad. «¿Así que mataron al ruso?», saluda un antiguo minero de Cofasa nada más entrar a un céntrico bar faberense. El asesinato de Fernando Bernaldo de Quirós, «El Ruso», se convirtió en el tema de conversación especulativa de la jornada. Fernando, hijo de una niña de la guerra, volvió a España a principios de los 80 para instalar en Combustibles una rozadora soviética que pasaba por ser la más moderna que se introducía en el sector carbonero a escala nacional. Y tras ponerla en marcha, la compañía lo incorporó a su plantilla al frente del grupo Río. El actual secretario regional de la Federación Minerometalúrgica de CC.OO., Pedro Monasterio, entonces neófito secretario del comité de empresa que entonces presidía Andrés Ramón «Pichín», lo recuerda como «un tipo muy campechano y bastante atento con la gente». «Creo que en general se le tenía aprecio», apostilla Monasterio, también bastante impresionado por la reaparición en escena de su cadáver. En lo profesional, el sindicalista tampoco alberga muchas dudas sobre sus condiciones. «Era un ingeniero que tenía un gran conocimiento de la rozadora que se había adquirido y de la nueva entibación», explicó. Sus reflexiones particulares eran compartidas ayer por algunos vecinos de Fabero y también por parte de ex empleados de Combustibles de Fabero. Con matices, lógicamente, y experiencias muy personales. «El Ruso» era muy amigo del director general de la compañía, Juan María Casado Margolles, también condenado por el siniestro. A pesar de su apodo, físicamente tenía más de asturiano que de caucásico. Herencia, con toda probabilidad, de su madre. El ingeniero, que en la época se hallaba en los «treintaitantos», medía aproximadamente 1,70 metros de estatura, era moreno y su complexión podría catalogarse de «normal». Había estudiado la carrera de Minas en la Unión Soviética y pese al paso del tiempo, lo que se seguía delatando era su acento. « Pongme una cubata », recuerdan recurrentemente muchos de los que compartieron con él juergas y barras de bar La aventura española de El Ruso no terminó nada bien, igual que le ocurrió la fatal madrugada del pasado 14 de enero. En Fabero y su contorno, sin embargo, se le tenía como a un personaje que al margen de su trabajo intentaba disfrutar de los placeres de la vida. En su trabajo era serio y competente, pero también le gustaba disfrutar de una copa cuando salía de la mina, lo que no quiere decir que no merezca que se destaque su buen comportamiento como persona, como recalcaron ayer varios ex trabajadores de Cofasa. Buen ajedrecista Era un asiduo del bar Villarosa y de la hoy desaparecida cafetería Sapporo. Y al margen de su gusto por las copas, llamaba la atención entre los parroquianos por su pericia ajedrecística. Sus partidas solían generar un notable corrillo de espectadores. Sino hubiese sido por el trágico accidente del 19 de noviembre de 1984 en el grupo Río, en el pueblo nadie tiene dudas de que El Ruso sería hoy uno más de los técnicos mineros prejubilados que pululan por Ponferrada intentado matar el tiempo libre. «Le gustaba la cuenca y se sentía muy bien en Combustibles. Nunca se hubiera ido», dice un vecino. En su opinión se fugó antes del juicio porque «se olía que iba a cargar con la mayoría de las culpas». Un mes antes de la muerte de los ocho mineros en el grupo Río, el entonces director general de Minas, Juan Manuel Kindelam, visitó la explotación, en la que se desarrollaban notables mejoras técnicas. «Es la mina más segura de Europa», proclamó el político al salir del pozo. Los sindicatos le corrigieron: «Puede ser la más moderna, pero no la más segura». El comité no sabía que en el interior existía grisú. Kindelam dimitió pocos meses después del siniestro.

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