Diario de León
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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SEGURAMENTE la persona a la que dedico esta columna no la lea. No está entre sus hábitos el de leer el periódico, ni creo que lea cosa alguna, porque Marcelino es un discapacitado-disminuído psíquico (parece ser que ahora se barajan la ética y moral para encontrar el eufemismo adecuado) que se pasa y pasea los días agarrado a su aparato de radio. Se me escapa si sus paseos le llevan a otras zonas de la ciudad, pero todo dueño de negocio con puertas abiertas a variada clientela en la parte alta conoce y vive ya acostumbrado a las visitas de Marcelino. En cualquier momento, a veces varios, un murmullo radiofónico que se acerca avisa de su llegada o su cercanía. Siempre pendiente y reconcentrado en la actualidad futbolística, en los acontecimientos morbosentimentaloides del capítulo diario de la telenovela que toca, y en expresar sin tapujos ni rebusques lo más animal que le inspiran las féminas. Ahora, que hablo con un amigo y le cuento lo que escribo, me dice que le recuerda entrando en la mítica tienda de Nemesio, frente al Castillo, para enseñarles, contento y orgulloso, sus partes reproductoras. Viva la naturalidad. Unos lo tratan bien, otros lo tratan mal. Otros ni lo tratan. Y él lo sabe. Lo siente. Y tiene la fortuna de ser inmune al rencor y resto de lastres que sí se cuelan en las cabezas de otros. Esos otros que tal vez se alegran de verlo llegar porque piensan, en el lecho acomodaticio de sus razones, que él es el erróneo. Y lo usan para reírse o regodearse con alguna ocurrencia malévola que pueda molestarle, ponerle a prueba. Yo lo uso hoy para escribir esta columna. Otros, ciertamente muchos, echan mano de la vena ma/paternal y tratan inocentemente de consolar o ser amigos de su naturaleza limitada. Sabe al dedillo cada nombre de cada cargo futbolístico, cada acontecimiento contratístico. Lo escucha y luego lo cuenta con su hablar voluminoso y tontorrón sin importar que el oyente esté o no interesado. En su pequeño-gran mundo se adjudica el papel de pregonero y señor de lo que ocurre a Ronaldos, Ronaldiños y demás. «El pesao este», piensa algún hostelero sin hacerle mucho caso y siguiendo su rutina de encararse a todos los clientes de cada día, según sea su humor habitual o variante. Hay quien se siente bueno abriendo su atención a la visita, hay quien ni se corta ni tiene pereza en echarle y tratar de no estar en su itinerario. Pero, a fin de cuentas, Marcelino es un espejo más que refleja, siempre a su manera, quiénes somos todos los demás.

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