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Publicado por
ALEJANDRO J. GARCÍA NISTAL
León

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COMO una competición asistimos el pasado fin de semana a ver con curiosidad en qué punto de España se concentraban mayor número de jóvenes y en dónde se daban más muestras de violencia callejera, comas etílicos y demás fanfarria. Aquí, en O Bierzo Ceive, según mis colegas que tuvieron que currar el finde no hubo tal. El «pásalo» interfónico como en su día el «pónselo, póntelo» no caló. Que nadie se de por vencido. No hay más explicación que el clima y la pereza. El berciano es reivindicativo y jaranero en esencia, y las nuevas hordas, aunque entumecidas por la comodidad de una sociedad con aspiraciones de burguesa hidalga, que no noble, está más entregada a las telenovelas y culebrones que a la revolución generacional. Qué pena. Si a mí me pillan con 20 años menos, como me pilló e hice, la revolución sería una obligación vital. Y que nadie tampoco se engañe, ni se sorprenda si cualquier día un grupo de niñatos de tres al cuarto se agrupan para armarla de algún modo, sea mediante ingesta etílica, sea quemando contenedores y rompiendo farolas. Por desgracia, la filosofía, como los pantalones vaqueros, ya no son símbolo de libertad; si no de artículo de consumo y comodidad simplona. Educación mediocre, apatía familiar, falta de expectativas laborales reales al término de los estudios universitarios, contratos basura y mucha, mucha hipocresía social es lo que heredan nuestros hijos en los tiempos de hoy en su gran mayoría. Luego, ¿de qué coños nos asustamos cuando vemos los botellones triunfantes de Granada, Valladolid o Barcelona? Cuando inculcamos la cultura del pelotazo o que sean funcionarios para tener patente de corso en la holgazanería y huida de toda responsabilidad. Cuando no ayudamos a crear empresarios, premiamos al cobarde y cargamos de cadenas fiscales y bancarias al arriesgado que tiene una idea, una ilusión, un proyecto que poner en marcha. ¿De qué nos quejamos? La sociedad necesita héroes de carne y hueso, no de papel couché. Hay que discrepar, disentir, negarse a lo fácil y los jóvenes, a veces, lo hacen como buenamente pueden o les dejamos. Quizás, bajo el botellón, tan sólo existe un tímido intento de rebeldía inmadura, pero cargada de razón ante este tipo de vida y de sociedad que entre todos nos hemos impuesto, y que da, visto con ojos puros, verdadero asco tener que asumirla al hacerse irremediablemente una persona mayor.