Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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AUNQUE viajemos por esta Europa de uniones y desuniones a uno le entra cierta temblequera al cruzar una frontera. En las fronteras hay mucho meollo. Son lugares de alto riesgo. Sirven para cazar al personal que no va en regla, pero también son sitios propicios para chingarte aunque vayas en regla, con los documentos legales: pasaporte, visas, permisos extraordinarios, etc. Nunca olvidaré la experiencia de El Paso Texas, Gringolandia, allá por el año de 1994. Entonces iba en regla, con mi pasaporte de españolito, mas a un gringo cabeza de bodoque y cuerpo de hamburguesa inflada como una pelota de rugby, se le antojó que el menda era mejicano, aunque mi pasaporte fuera español. Sorprende cómo también se establecen fronteras lingüísticas entre el Bierzo y el resto de la provincia leonesa. Cuando en realidad los vocablos empleados suelen ser parecidos en toda la provincia. Hay quien piensa que cualquier palabra con terminación en -eiro (caldeiro, Mataveneiro...) ya es gallego, o berciano, cuando en realidad también es propio del leonés a partir del río Órbigo hacia el Oeste, como me recuerda Emilio Gancedo, redactor de este Diario. A los políticos, sobre todo si le dan al regionalismo, les entusiasma acotar fincas, y luego el personal se atiza por un cacho de terreno, por una lengua, supuestamente genuina, por una religión-política. Se levantan muros infranqueables. Hay ríos y estrechos llenos de cadáveres. Fronteras con rostro de cementerio. Me encanta viajar, cruzar países, adentrarme en lugares a veces siniestros, mas se me ponen de corbata cada vez que me aventuro a atravesar una frontera. Bien podría ocurrir que a uno lo confundieran con otro, a quien están buscando, y el viaje se convirtiera en una pesadilla. El proceso que imaginara Kafka no está lejos de un mal cruce de frontera. Lo que más me gusta de esta Europa es que los controles fronterizos se han suavizado, y en ocasiones ni existen. Como ocurre entre Francia y Bélgica, Bélgica y Holanda, Holanda y Alemania. En cambio, sigue habiendo controles más o menos penosos entre Rumanía y Bulgaria. A los gobiernos les encanta acotar terrenos, poner términos a sus dominios, ejercer su rol de propiedad. Y no te menees, que te bajan el sacho en el «llombo», y si no estás al quite te mandan para el otro barrio. Este sentido de la propiedad resulta enfermizo, y no digamos ya en tierra santa. Cuando se lea esta columna estaré cruzando el Estrecho de Gibraltar de vuelta a España.

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