LA GAVETA
Gil Robles
AHORA QUE tanto se habla de la Segunda República Española, de aquel sueño laico, liberal, culto y progresista que hicieron imposible la derecha reaccionaria, el nacionalismo fanático y la izquierda más prosoviética, me acuerdo de uno de los líderes de aquel período, de José-María Gil-Robles, el único dirigente republicano que llegué a ver y a escuchar en el Bierzo. Fue un día de 1972, en una conferencia en el club de Tenis. Se llenó el local y aún no sé cómo permitieron aquel acto. Pues, si bien Gil-Robles había sido una gran figura de la derecha republicana, no dejaba de ser un demócrata. Y el régimen corrupto de Franco aborrecía a los demócratas. También a los de derechas. Y no digamos a los liberales, tan estigmatizados por los clérigos y por los falangistas. Todos a una. A mí Gil-Robles me sonaba a un tiempo muy oscuro y prohibido, aquella república que el régimen nacional-católico insultaba o negaba. Era una sombra en algunas conversaciones de mi padre con sus amigos. Pero sucedió que aquel día yo vi a Gil-Robles. Tenía setenta y cuatro años entonces, y supe en la víspera de su conferencia de sus vínculos con la ciudad, creo que a través de su madre, de apellido Quiñones. El político salmantino entró solemne y lento por el pasillo que accedía al estrado. Habló allí de paz y de concordia, de reconciliación. Por entonces seguía siendo un hombre importante de la democracia cristiana, y albergaba aspiraciones de protagonismo para cuando Franco muriera y regresaran las libertades democráticas a España, lo que él no dudaba. Sin embargo, ese deseo de volver al parlamento, no pudo hacerlo posible porque, candidato en las elecciones de 1977, no alcanzó su escaño. Poco después murió. Recuerdo bien mi curiosidad por ver a un líder republicano en directo, aún en el franquismo. Y recordé allí que mi padre -que me acompañaba en el Club de Tenis-, cuando era adolescente fue a ver a Indalecio Prieto en la estación del tren de Ponferrada. Y que allí algunos radicales habían dicho: ¡muera Gil-Robles!, a lo que el célebre socialista vasco replicó: "¡Que no muera nadie!" Y allí estaba Gil-Robles, vivo, casi cuarenta años después, cerca de la estación precisamente. Sólo me falta añadir que entiendo difícil no ser republicano, ese sistema racional y legítimo. Pero, a la vez, creo que la monarquía, en la España de hoy, es un instrumento válido. Imprescindible, incluso, me atrevería a afirmar. Uno de los pocos símbolos que aún refuerzan la precaria unidad estatal. El otro debe ser la liga de fútbol.