Diario de León
Publicado por
José Álvarez de Paz
León

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NO SE si esta querencia mía por los carteros se deberá a que mi abuelo fue un tiempo cartero rural, o deriva de su sucesor en el oficio, Luis Marqués, aquel hombre bueno que siempre te miraba de frente, esbozando una sonrisa donde sería más lógico un gesto de cansancio de andarín resistente, como aquellos tabellarius que repartían los correos privados y públicos en la Roma imperial. Nunca una mala palabra, excepto ciscarse en el obispo, sin concretar en cual de ellos, por lo que la entidad del daño, tan repartido, sería irrelevante. La jornada larga, el camino malo, los medios escasos, el salario corto, no bastaron para minar la moral de Luis, miles de kilómetros recorridos a pie entre Noceda y Bembibre, casi tantos como los que recorrieran los mineros de la Petra o los míticos picadores desde Pardamaza hasta la mina de San Luis, cuarenta kilómetros ida y vuelta cada día, marcando la nieve con sus galochas, al hombro la pica, la magra merienda colgada al cinto. Estas son las personas-espejo en que mirarnos, aquellos héroes anónimos que no están en los libros, que rieron y lloraron sin que nadie lo supiera, y que fueron tirando del carro de la Historia, cuyo recuerdo se hace imprescindible para fortalecer nuestras raíces culturales en estos tiempos de tanto desparpajo, cuando un ex juez prevaricador, indultado por sus amigos y comilitones, es rescatado de la esfera privada, precisamente en Ponferrada, en un vano intento de hacerle pasar a la historia como un literato y no como un experto en torcer la vara de la justicia, exhibido como modelo cultural público en esta paramera donde lo más piadoso que se puede afirmar de los responsables municipales de la ¿cultura? es que su frescura acatarra a cualquiera. Son unos frescos que mancillan el buen nombre de esta ciudad con esta forma descarnada de movilizar recursos ajenos para pagar favores políticos, todo ello utilizando como excusa el libro. La otra cara de la moneda la tenemos ahí bien cerca, en Cacabelos sin ir más lejos, Heliodoro Ordás «Dorito», Juez de Paz y hombre de bien, servidor de la vara lésbica que gastó buena parte de sus fuerzas llevando sobre sus frágiles hombros las vidas ajenas marcadas por el alcoholismo, rescatando a cientos, este San Cristobalín berciano a cuyo anunciado homenaje en la Villa del Cúa no faltaré, aunque caigan chuzos de punta ese día. Son las gentes así las que dejan sin argumentos a Hobbes y a otros dadores de públicas recompensas.

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