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Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

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TENGO un amigo soñador que a pesar de caerse de la cama y despertar a la realidad más infame siempre prefiere seguir soñando. El primer paso para conseguir algo es soñarlo. Desgraciadamente, la mayoría de las vidas están tejidas con sueños perdidos, o aparcados, o desahuciados. Sueños caídos. Pospuestos. Remendados. Sustituidos por lo conseguido en el intento que por cierto no está tan mal. A veces, la madurez se confunde con la aceptación de que esos sueños no eran propicios; al menos quien así lo crea tiene el incentivo de creerse maduro, sea lo que sea lo que esto signifique. Pero también el soñador corre el peligro de confundir sus metas con derechos y volverse pretencioso y egoísta. Y ocurre, en la parte más decepcionante (o decepcionada) de los casos, que llegado el momento-situación-lugar-persona-trabajo-fin soñado, no nos satisface, también encierra trabas, carece de la belleza imaginada, no nos gusta, conlleva un vacío. O acompañan personas que deslucen el sueño. Y no siempre se tiene la fuerza o la perspectiva necesarias para sobrellevar un batacazo de esta índole. Soñamos desde nuestra infancia. Soñamos con ser mayores y conseguir lo que no tenemos, empezando por llegar al interruptor de la luz, alcanzar a coger un vaso del armario de la cocina, poder salir solos a la calle, librarnos de la vigilancia paterna, conformar una vida independiente y resuelta que luego llega con trampas y desengaños que ensucian, empañan, corrompen la brisa fresca de los sueños construidos entre la línea curva de los ojos entornados para vislumbrar. Somos espejos unos de otros, y tenemos la costumbre de mirarnos en los demás, y también profundo el identificarnos con nuestros cercanos y compararnos; necesario pero arriesgado, porque, mal que le pese a nuestra responsabilidad, elegimos nosotros. Encontré en "El Zahir", de Paulo Coelho, una curiosa paradoja: Dos hombres salen de apagar un incendio en un bosque. Uno tiene la cara negra, llena de ceniza; el otro tiene la cara completamente limpia. La pregunta es: ¿Cuál de los dos buscará una fuente para lavarse? Lógica, consecuentemente, diríamos que el de la cara sucia. Ocurre que éste ve a su compañero y deduce que, habiendo salido del mismo sitio, estarán en iguales condiciones. Es el de la cara limpia quien, llegando a la misma conclusión, pensará que ha de quitarse las cenizas del rostro. Curioso, pero real y malentendido intercambio de actitudes. Pero, al final, todo era siempre tan sencillo...