Cerrar
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

Creado:

Actualizado:

NO GUARDO exacta la cuenta del tiempo que lleva cierto hombre viviendo los días de su naufragio en un escalón a pie de calle, a ras de asfalto nuevo en mitad de la calle del Reloj. Llegó y se quedó. Creo contar un año y pico. Se quedó y nadie lo echa. Nadie le deshaucia de su domicilio de día, de su rincón del mundo que guarda más de lo que nosotros, viandantes andantes y nunca detenidos a sentarnos a su nivel, podemos ver, o siquiera imaginar. Yo, para identificarlo, para nombrarlo de modo alguno, le llamé «el náufrago» cierto día en que ya era rutina su presencia sentada y silenciosa. Un vagabundo, un pobre, un mendigo, que diría nuestro vocabulario coloquial. Un alma errante con cierta historia personal que le ha llevado a vivir los días en tal confortable escalón de piedra. Que lo ha traído y lo ha dejado quedarse a vivir una vida que se procesa estable y pacífica dentro de su cabeza. Envidia segura, paraíso particular, isla deseada por más de alguno que ni lo mira al pasar enfrascado en algún dilema camino de la casa que le causa parte del dilema. Consuelo ficticio de esos algunos que se quieren pensar en mejor situación, necesitando la comparación para reconfortarse. Pero quién sabe. Un atardecer en que iba yo paseando por la carretera de molina, lo vi por primera vez alejado de su puesto. Caminaba lento, con ese aire ausente, tranquilo, dentro de su tranquila tranquilidad, del código creado para estar en el mundo. A su izquierda quedaba esa pequeña rotonda con una palmera en el medio que han puesto frente al cementerio viejo. Se complementaban ambas imágenes como fuera y lejos del resto del entorno, del asfalto con líneas blancas, de los edificios, de las aceras con bancos, de los coches en todas las direcciones. La palmera solitaria en medio de un montículo redondo, así como todos dibujaríamos una isla desierta, y el náufrago con barba de náufrago, con ropas viejas de pirata fuera de tiempo, sin iguales, sin compañeros de barco quizás ahogados en el naufragio. Sólo faltaba que se sentara debajo de la palmera para completar una viñeta de Forges, un icono de Robinson. Y las olas y las horas pasando intemporales. Hubo un día en que me paré a hablar con él. Suelo decirle hola y él suele responder. Tenía unas piedras en la mano, de varios colores, y decía que en una de ellas, blanca y con grietas, estaba su madre. Y en la grieta del otro lado, su abuela. Había conformado toda una explicación de la vida y su funcionamiento y su sentido dentro de esa piedra.

Cargando contenidos...