Un negocio de muerte
UNA DE LAS conversaciones-comodín mas demandadas y/o desgastadas en típico grupo de gente mas o menos joven alrededor de mesa de bar o en reunión del tipo que sea, es la que aborda el misterioso mundo de los chinos y sus restaurantes, las truculentas leyendas acerca de gatos y perros que muchos hemos comido creyendo saborear un humilde pollo. El mundo oscuro de las cocinas en las que jamás entra ningún occidental. Por lo que a mi saber respecta, puedo contar que una amiga mía estuvo trabajando tres meses en chino establecimiento y comprobó el no explícito pero tajante hermetismo. Y la pintoresca anécdota de una numerosa familia de chinos, vecinos de otra amiga, que colgaban algas marinas en la cuerda de tender la ropa. Una vez le conté esto último a un buen amigo escribiente y cazador de historias y curiosidades; se moría de la risa mientras ideaba un dialogo en el que uno dice: «Has visto mis pantalones?», y otro responde: «Están en la cuerda de tender las algas». Nuestro morbo occidental alimenta las sospechas. Siempre hay un primo del amigo de la hermana del novio de mi vecina que vive en un barrio donde había muchos gatos y desde que abrieron un nuevo restaurante chino no queda ni uno. Personal y ciertamente, no veo a estos chinos cazando, en la noche, gatos por las calles. Me parece simple leyenda urbana. Y el colmo del asunto, la incógnita de lo que hacen con sus mayores. En la recurrida conversación no falta quien deja caer que no se ven chinos mayores, y que no hay chinos en nuestros cementerios. Nadie sabe a ciencia cierta, y todo se tuerce hacia malpensar, pero si nos informásemos seguro nos encontraríamos con una humilde, respetable y milenaria costumbre de incineración o repatriación. Y que tenemos nosotros, en nuestro ejemplar occidente, para contarles a ellos si nos preguntan. Que el respeto por nuestros mayores se pierde a pasos agigantados, que los tenemos viviendo en residencias, todos juntos, que muchos añoran un pueblo en el que no pueden descontar sus días. Leo la noticia de antesdeayer sobre el incremento de cuatrocientos nichos en el cementerio de Ponferrada¿ a veces lo serio y lo cómico caminan de la mano. A quien no le ha dado una risilla nerviosa ante una mala noticia? Alquiler a cinco años, a renovar o comprar pasados estos, y si no¿ la familia tendrá que hacerse cargo. No hay salida, nadie se libra de morir¿ ni de pagar por ello.