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Publicado por
JOSÉ ÁLAVAREZ DE PAZ
León

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EN LA CALLE de las acacias no hay acacias, no las hubo nunca. Florecen algunas en el paseo del fondo como parte de los once mil árboles que Celso mandó plantar en Ponferrada. Otros alcaldes, como el de Noceda, sorprenden a propios y extraños arrancando los árboles que circundaban el campo de las chanas y habilitando un camino con lajas foráneas que vienen a profanar un espacio sagrado y milenario (la imagen que lo preside es una talla románica del siglo XII). Uno de esos árboles fue aquella acacia, entonces tierna y frágil, maltratada cuando yo era niño, lo que despertó la sensibilidad de todo el pueblo, recayendo algunas sospechas en los más revoltosos, yo entre ellos. Fue uno de los mayores disgustos de mi infancia inocente. Lo de ahora se produce ante la pasividad y el silencio de la asociación que lleva el nombre del santuario. Algo habrá que hacer para invertir este proceso de desvitalización del mundo rural. Primero se perdió la figura del alojador institución solidaria donde las hubiere. Luego desapareció la cultura del concejo abierto, los acuerdos a mano alzada para resolver las discrepancias por la participación convivencial, luego las prestaciones personales comunitarias, para dar paso al desinterés por lo colectivo mientras no decrece el espíritu reivindicativo de lo privado. Es un declive que alcanza a casi todo el mundo rural. Durante la adolescencia y primera juventud en Astorga jugábamos y charlábamos los condiscípulos a la sombra de las olorosas acacias, de flores comestibles, venidas de Africa aunque con nombre y raíz griega, cuyas ramas alcanzaban los ventanales del palacio episcopal pero eran intocables, y luego serían recreadas por nuestro profesor de literatura Don Bernardo Velado: «La muralla era toda acacias en hilera/sobre piedras de historia brotes de primavera¿../el viento del Teleno peinó su cabellera, curtió su piel rugosa en desnudez austera». Las viejas acacias que daban sombra a los arcos de piedra del atrio en Noceda, lugar de encuentro dominical para los vecinos, también desaparecieron hace años dejando de ser ese árbol totémico o espacio de reposo y charla campechana y distendida que viene a limar las aristas de la vida de los hombres del campo ya desde la cultura pre-romana. Ya solo va quedando en el pueblo, plantadas en hileras en un paseo junto a la carretera de acceso, hace diez años, un conjunto de acacias que poco a poco van formando un mini paseo coronado por una fuente. Ojalá perduren y lleguen a ser ese eslabón necesario¿¿