Cuando siempre es invierno
TUVISTE pocas vacaciones, si por vacaciones se entiende el seguir haciéndote cargo de los niños y su cuidado. Fue bonita la noche en que desde el apartamento alquilado en la costa visteis, tu marido y tu, los fuegos artificiales de las fiestas de ese pueblecito mediterráneo. Los niños dormían, y por un instante creíste que te encontrabas de nuevo de luna de miel, como hace veinte años. Entonces todo era más sencillo, ¿verdad? Después vinieron las fiestas de Ponferrada, las horas de ferial, las carrozas, los helados y los ratos de terraza vigilando siempre por el rabillo del ojo a los chiquillos de que no les pasase nada en la céntrica plaza. Y si quedaba algo de dinero, comenzó el curso, y con él todos los gastos para que ellos estén equipados y a la última. Sigues sin entender, y así lo haces ver a tus amigas en el café de la tarde, porqué los libros del mayor no le valen al pequeño si sólo han pasado dos años. Y así un día tras otro, hasta que llega el fin de semana, donde el único respiro es levantarte una hora más tarde o no tener que cocinar el domingo porque vais a casa de tu suegra o a comer fuera. Y él, complacido con su vida, su café, su partida en el bar de abajo y sus domingos de fútbol; bueno, más que domingos, casi todos los días, por eso has optado por poner una segunda tele en la cocina y hasta una tercera en el dormitorio. En el fondo, los líos políticos, la lucha fraticida en el PP o en el PSOE, los inmigrantes y todo eso te dan igual. A tí no te incumbre. Y sin embargo, te gustaría que sí. Sabes que hay un mundo ahí fuera, fuera de tu cotidianeidad que, sólo a veces, te darían ganas de probar, de dar el salto, de corresponderle a aquel padre del niño con que te topas en el colegio de tus hijos, de liarte por un día la manta a la cabeza y ver qué pasa. Pero la seguridad actual y el temor a perderla te atan. Quizás si retomases los estudios dejados por la mitad. Él no vería mal ahora que los chicos son algo mayores que en casa entrasen unos ingresos extras si te pusieras a trabajar unas horas fuera del hogar. Pero es tan poco comunicativo, somos ya tan distintos...Finalmente te acuestas y sueñas con una vida mejor, con un mes de mayo que ponga el punto final a este invierno, un invierno que dura ya más de veinte años. Suena el despertador, cada día parece hacerlo más temprano. Te miras al espejo. Eres aún joven, y sin embargo, te sientes cansada. No, hoy tampoco lo intentarás. Están tus hijos y ellos son lo primero. Te necesitan.