Otoño
CON LA PROXIMIDAD del otoño se nos fue Constantino, el patriarca de la familia, hombre entrañable y de una sola pieza, con quien compartí jornadas de monte en ese tiempo para la melancolía y el recuerdo, cuando el Bierzo viste sus mejores galas, tiempo de abundancia para el campo, cuando el berciano del rural pagaba sus deudas, siempre por las castañas. Tiempo también de recolección de la uva, la manzana, los pimientos, los frutos silvestres, las castañas y el propio «otoño» que así llaman al fruto de los prados que crece en la estación . En los primeros atardeceres dorados de este otoño, leo el libro de Anabel Sandoval, leonesa asentada en la Alpujarra, cultivadora de campos de labor y plantas silvestres, implicada activamente en movimientos relacionados con el medio rural y la escuela. Me envía el libro gentilmente como recuerdo de mi amistad con su padre Antonio y su tío Gelin, un volumen primorosamente editado, repartido gratuitamente en todas las escuelas de la Alpujarra, a modo de guía de las plantas de la comarca que son recogidas en caminos, acequias, huertas y montes como una muestra de entre las dos mil especies catalogadas, ya sean de tipo comestible o insecticidas, textiles, tintoreras o curtidoras que crecen en aquel espacio donde coinciden los cinco pisos bioclimáticos del mediterráneo. A través de su lectura redescubro la generosa biodiversidad de la cordillera de Gistredo coronada por Catoute, «el pico más alto que hay en el Bierzo», proclama el himno a Noceda del maestro Guirao. Las mismas especies cuyas virtudes y propiedades conocen desde tiempo inmemorial los de la Alpujarra y los de aquí: los poderes curativos de las hojas del abedul, las flores del saúco contra la gripe, el fruto del serbal del cazador como fuente de vitamina C, el poder del tilo y la valeriana contra el insomnio, la zarzamora que fortalece las encías, el poder de la acedera para bajar la fiebre, las hojas del avellano para combatir la flebitis y las del castaño para calmar la tos, el efecto antiinflamatorio que poseen los guindos silvestres, el espino albar para todas las dolencias del corazón y para combatir la gota, las hojas del fresno, árbol sagrado de los druidas celtas, que crece a su libre albedrío en las laderas de Canarez. Y en fin, las hojas del nogal que remedian la diabetes. Los mismos remedios, usos y propiedades recomendados por nuestros abuelos, ahora recogidos en un libro que también podía haber sido escrito en Noceda, en Boeza, en Colinas del Campo de Martín Moro¿