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Publicado por
MARÍA AÑÍBARRO
León

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VANIDAD es una palabra que suena bien al oído, mejor que orgullo, por el que se nos identifica a los españoles. El sabio diccionario de la Real Academia de la Lengua, contempla cuatro significados para el vocablo vanidad: arrogancia, presunción, envanecimiento; caducidad de las cosas de este mundo; palabra inútil o vana e insustancial; vana representación, ilusión o ficción de la fantasía. De todas, me quedo con un poco de la primera y de la última, con la vana representación de la realidad, con toques de envanecimiento. Un colega del sector me dijo hace un tiempo, que el mundo del vino era «la hoguera de las vanidades». En aquel momento no lo entendí, hoy casi le doy la razón totalmente. En este micromundo repetitivo, casi de señores feudales, se puede aplicar el esquema de la novela de Wolf: un mundo con esplendor, lujo y miserias: enólogos estrellas, vinos inaccesibles, marcas deseadas, gurús y maestros, y un largo etcétera de personajes que se repiten una y otra vez. ¿Está viviendo España en estos momentos la atracción fatal, que otrora se produjo en el país vecino? Es posible, pero desde luego en un entorno más casposo. Se siguen creando bodegas, en todas las denominaciones, salen como setas en otoño, y casi es inconcebible cómo pueden sobrevivir, cuando el sector está sufriendo una caída de las ventas, casi imparable. Un mundo atractivo para empresarios de éxito y estrellas de la farándula, y sino que se lo digan a los hermanos Moro, con su proyecto Cepa 21. Algunas vinotecas como Lavinia contemplan ya en sus estanterías, «El vino de las estrellas», desde el Embruix de Val -Llach, el Mas Perinet de Serrat que elabora mi amigo Joseph, Spiritus Sancti de Dipardieu , Bod Dylan, Madona... hasta los modistos españoles tienen vino. ¿Qué tiene el vino que es tan atractivo?, ¿realmente los actores necesitan aún más notoriedad o sólo es que el vino da un caché diferencial? Al socio capitalista de un proyecto de bodega le gusta presumir de bodega delante de sus iguales cuando va a un restaurante y pide su vino. Y si además esta bueno y tiene una puntuación por encima de los 90 puntos, mejor. Y ya si el sumiller le felicita, el hombre no cabe en sí de gozo. Ese es el primer paso, el segundo es enseñarle al enólogo a hacer su trabajo, el tercero asesorar en viticultura y el cuarto meter sus narices en la comercialización. Que nadie se sienta aludido, este proceso está a la orden del día en las bodegas. Vanidad , gloria, orgullo, no lo sé. Realmente es un mundillo de apariencias, lejano al origen austero del propio vino, la viña.