Diario de León
Publicado por
RAQUEL PALACIO VILA
León

Creado:

Actualizado:

A VECES, viendo u oyendo noticias, siendo testigo de la importancia que cobra el tema del acoso escolar, me pregunto qué piensan o sienten aquellos que lo vivieron en tiempos menos sensibilizados con la causa. Se ven, se identifican, supongo. Querrían haber tenido para ellos esa justicia reconfortante que, igual que en otros campos, llega después de muchos caídos. Mas vale tarde. Aunque lo de «tarde» es bastante relativo si se piensa en lo que queda por andar. Todos fuimos testigos durante nuestros años académicos de uno o más casos de agresiones a la integridad de alguno o algunos, aunque lo común suele ser un individuo aislado frente a un colectivo atacante. Todos recordamos a aquel compañero más tímido, más gordo, más listo, más empollón, más vulnerable, que se iba para casa con su introversión llena de hostiles respuestas a vanos intentos de extrovertirse. Algunos eran lo bastante fuertes como para sobrevivir dentro de un muro de indiferencia, capaces de ejercer el «por un oído me entra y por el otro me sale». Cualificados para detectar la verdadera debilidad en el agresor, que solo por necesitar serlo ya tiene bastante. Pero el problema es problema porque otros sucumben a la humillación. No sólo son otros niños el objetivo del acoso, profesores bienintencionados ven en numerosas ocasiones agotada su paciencia y perdido el sentido de emitir esfuerzos en cualquier dirección pacificadora de la situación. Habrá que aprender de esos a quienes nunca subyuga la actitud destructiva de jóvenes faltones. Habrá que preguntarles qué truco, qué respuesta, qué escudo ante las flechas. Firmeza, que no es necesariamente cabreo, y algún que otro matiz por el estilo. La madurez y su calidad, la capacidad de ser congruentemente feliz, tiene cimientos en esos años básicos que transcurren en gran parte dentro de una escuela, dentro de una colectividad donde se fomentan e inculcan valores como compartir, participar, tolerar, respetar. Pero donde se cuelan, sin embargo, conceptos totalmente incompatibles como la competitividad o la comparación. En la teoría, en las pretensiones de todo sistema educativo racional, experimentado o estudiado, velado por sanas conciencias, puede obtenerse un perfecto equilibrio. Pero son tantos los condicionantes (entorno familiar correspondiente a cada uno, influencias de la tele y demás aparatos cuadrados con pantalla, el mundo circundante en sí mismo) que la educación se convierte en la más inexacta de las ciencias.

tracking