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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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EL NACIONALISMO es una ideología política muy atrevida que no conoce los límites. Ningún límite a su victimismo, a su manipulación de la historia, a su llanto patriótico, a sus ambiciones. El nacionalismo, esa epidemia sentimental y huera de la ciudadanía, ese despeñadero de la razón, esa plaza donde la libertad es mal recibida tantas veces (por no decir siempre), existe mucho en España últimamente. Y se emociona y todo. El nacionalismo periférico -yo prefiero llamarlo regionalismo enhiesto, o insolidario, como prefieran- hace sus mapas de conveniencia, y luego, pronto, invade. Porque ser nacionalista es invadir. Los vascos, por ejemplo, pretenden que Navarra forme parte de Euskadi al margen de lo que opinen los propios navarros. Porque al nacionalismo nunca le importa lo que piensen los que no son nacionalistas. Ellos van a lo suyo, pertrechados de curas que bendicen las cosas de la secesión y de profesores fanatizados y onanistas que alcanzan el clímax bajo las consignas más tribales. Todos unidos en esa visión enfurruñada de las esencias comarcales. Y secundados, tantas veces, por personas tristes y solitarias que ya no encuentran en su vida otra excitación que la de las banderías. Estos humildes pensamientos se me han ocurrido a la luz (sombra) de una de las últimas astracanadas que ha protagonizado el expansionismo político galaico, que tan obsesionado está con el Bierzo. Y cuando digo imperialismo galaico no me refiero a los gallegos en general, gente pacífica y hermana de los bercianos, sino a esos personajillos de origen rural por lo común, que se vuelven locos de emoción y de orgasmo telúrico cuando perpetran sus provocaciones étnicas. La última, menor desde luego, pero que no se debe pasar por alto, es la colocación de carteles de la Xunta en el suelo berciano, allá por La Lastra. Un territorio que, imagino, Anxo Quintana y sus fervorosos asesores pretenden anexionar a Galicia en su totalidad, como paso previo para el gran salto hacia adelante, en el que cavilan cada noche de queimada y desafuero: conseguir que el Bierzo pase a ser Galicia. Su prefectura oriental. Van «dadiños». Pero insisto en el permanente jugueteo, en la calculada insinuación absorcionista. Reconozco que estas provocaciones aldeanas, aplaudidas por algunos bercianos que lamentan no haber nacido gallegos, pueden ventilarse mejor con una simple y sonora carcajada que con una columna en el periódico. Pero ayuda. Por eso ahora les invito a reírse.

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