Diario de León
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JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

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SI ME quedara algo de fe en la institución del Defensor del Pueblo le preguntaría porqué es hasta cuatro veces más cara aquí la ITV que en el resto de España. Esta flojera mía no reside en la persona del fiscal Amoedo, cuya trayectoria profesional reconozco y admiro, como también la de su antecesor, sino en la filosofía dominante en esa institución sin «protestas,» proclive a otorgar el beneficio de la duda a quienes mandan e ignoran sus recomendaciones y la extemporaneidad al pueblo llano menos titulado, por lo que en vez de defensor del pueblo debería llamarse defensor de la Administración. Debido al derecho de privacidad tampoco preguntaré por la vida y milagros de quienes se han venido forrando por usufructuar el momio llamado ITV en esta provincia, resumiendo las diez cuestiones en dos, a saber: ¿Esta singularidad nuestra es compatible con las prácticas de la libre competencia o, por el contrario, es una exigencia del libre mercado? Aunque aquí sean unos santos comparados con otros que cuecen habas a calderadas. Por ahí anda suelto, por ejemplo, el delincuente más buscado de Europa, un empresario extremeño que hizo las américas en Latinoamérica con las ITV. Luxemburgo, sin ir más lejos, es un país triste, donde no hay espacios para jugar los niños, en realidad tampoco hay niños, o no se ven. Permanecí tres días allí, atrapado en la ITV más insaciable del mundo, administrada por una organización mafiosa cuyo jefe operaba en un despacho solemne, presidido por el retrato del Gran Duque uniformado y con aspecto de haber tragado un sable. Tres días en rueda de reconocimiento, reponiendo piezas del coche, compradas donde ellos señalaban. El alto funcionario Marcel lamentó mi conocimiento de las directivas comunitarias y, especialmente, mi condición de portugués. Así consta en el informe que presenté al portugués Crespo, presidente de la comisión de Asuntos Sociales del Parlamento Europeo, a fin de que desactivaran aquel cepo para inmigrantes. Pensaba aquel simple que todos los extranjeros son portugueses, igual que algunos turistas creen que los españoles son toreros. Cuando el séptimo sello fue impreso en el último folio de aquella rapiña, mi amigo Pablo Madrid y yo hicimos acopio de agua mineral y no paramos hasta Benavente. Sólo dos veces más estuve en Luxemburgo, una cuando la UD Noceda jugó y goleó allí, otra para que mi madre viera el Puente de la Duquesa Carlota, lugar preferido por los funcionarios europeos para suicidarse.

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