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Publicado por
JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

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SUPE QUE había otra vida más allá de Gistredo, cuando de niño veía pasar a los aguerridos urdialeses cargados de lo más necesario para sobrevivir en sus casas, seguramente pobres y humeantes, allá en lo hondo de la cordillera, donde las aguas nacientes se encaminan hacia el Boeza o hacia el Sil. Algunos años más tarde, de regreso de Catoute, supe que los de Urdiales, además de capaces de caminar un día entero para sufrir el deterioro de las relaciones de intercambio, eran acogedores, de ojos claros, hábiles en transformar la madera en galochas, yugos, cucharas, cayados, tayuelos, artesas y alacenas. Sus mujeres, expertas en freír huevos con manteca de vaca cocida. Estos días de sol y heladas, en la mesa camilla de mi madre, ella y su amiga homónima, maestra nacida en Salientes, ambas «Encarnas» dotadas de una memoria envidiable, nos deleitan con relatos que, en parte, ya había escuchado en las cocinas de Pardamaza, cuando el equipo de estudios de la Uned calibraba las potencialidades y debilidades de aquel territorio. Recuerdan ellas las andanzas de los pastores en las campas de Gistredo, la solidaridad en el reparto de la merienda. Los recursos de las vacas para defenderse de los lobos, o cómo hacían lo propio las yeguas o el toro a su libre albedrío, a veces regresaba con el asta astillada y el pelo del lobo por bandera. El tío Mateguines llamaba «el enreo de la fuente Blanca» al teje maneje de los pastores jugando a lo mismo en ambas laderas: a la gocha, al tobogán sobre un manojo de escobas, a domar cachabas y , cuando corría la savia, se entretenían haciendo flautas y gichadas en el norte, iguiadas en el sur, es la misma palabra.En el campo de Martín Moro, lugar mágico compartido por jatos, osos y corzos, acaba de reunirse la directiva del «Colectivo Cultural La Iguiada», para dar forma legal y recibir los sacramentos de la burocracia local, lo que al parecer no es tarea fácil para los fundadores de la revista La Curuja y la página www.nocedadelbierzo.com. Se lamentan ellos, con razón, de que siempre hay alguien dispuesto a intentar ponerle puertas al campo. Allí estuvieron, libres como el viento. Viendo a los jóvenes apostar por la cultura y las tradiciones populares, uno sabe que el pandero está en buenas manos.

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