LA FRAGUA DE FURIL
Monumento al minero
HACE unos días, mientras los políticos y empresarios provinciales, incluso autonómicos, se reunían en el campus de Ponferrada para contarnos un monumental proyecto, uno asistía a la misa funeral de José Travieso, minero prejubilado, hombre servicial y fiestero, hijo de Julio, el entrañable poeta nocedense, y padre de nuestro amigo Travi. Resulta curioso que mientras Travieso estaba de cuerpo presente en la Iglesia de San Antonio de Ponferrada, él que tanto martillo dio al tajo, los políticos, alegres y optimistas, exhibían, suponemos, sus orgullos en forma de Monumento al Minero. A uno le parece bien que de vez en cuando alguien se acuerde del minero, símbolo y sustento del Bierzo, mas convendría refrescar la memoria, y sacar a la luz algo que a buen seguro está en el inconsciente colectivo: El Bierzo como tierra minera nunca tuvo ni siquiera tiene hoy un centro especializado en la silicosis, enfermedad bestial y demoledora, que en tiempos causó verdaderos estragos entre la población minera. Cree uno que tal vez hubiera estado bien que a alguien se le hubiera ocurrido llevar a buen puerto un hospital donde los mineros fueran atendidos cual se merecen. Da la impresión, a tenor de lo visto y vivido, que nos preocupara más lo que se ve de cara a la galería, lo que apantalla, en definitiva, que lo que realmente merece la pena, que es la salud de la gente. Un monumento está bien para mostrar lo grandes que somos a nuestros visitantes, mas uno hubiera preferido un centro médico especializado, donde atendieran las enfermedades derivadas de la minería de carbón, y unas minas saneadas, y no chamizos de mierda. Cuántos mineros dejaron sus entrañas en el pozo. Por otra parte, tampoco estaría mal que, visto lo que pude costar tal monumento, una cifra que quita el hipo, alguna guita fuera a parar también a la educación. Salud y educación: pilares básicos en una sociedad de bienestar real. La maqueta del Monumento, «La lámpara de los sueños», que hemos visto en la biblioteca del campus de Ponferrada, nos hace recordar el Cristo Rey de Lisboa, incluso el Valle de Los Caídos, y nos ayuda a rememorar aquella película de Herzog, Fitzcarraldo, cuyo protagonista se empeña en construir un teatro de ópera en plena selva amazónica, y para ello, además de conseguir un dineral, debe transportar un gran barco fluvial desde el río hasta un monte, con la ayuda de un buen número de nativos.