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Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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«AHORA lo que cuenta es tener un rostro sereno, mono, esterilizado, sin máculas de congoja, y ojos humedecidos en cáliz sagrado. Como es el caso de Espido Freire. Santita a punto de hacer la primera comunión. Aunque luego sucumba a las tentaciones y acabe lamiendo el melocotón en salsa escarchada». Esto escribí hace algún tiempo, año 2002, a propósito de esta joven escritora, ganadora del Planeta, que se ha hecho un espacio en el mundo de la literatura, lo cual que a uno le entusiasma, dicha sea la verdad, porque no resulta fácil vivir de la literatura. El pasado martes tuve la ocasión de ver y escuchar a Espido en la biblioteca de Bembibre en esas Tardes de Autor que nos está obsequiando la Concejalía de Cultura a través del concejal Celemín, lo que es de agradecer, que vengan a la capital del Bierzo Alto escritores de renombre y buen hacer. Espido es, por lo demás, una chica menudita, de rostro lánguido y ojos saltones, que maneja el verbo como una ninfa correcta y didáctica. No en vano, fue niña prodigio en música, según nos contara ella misma, hasta que las presiones y angustias le hicieron abandonar este camino, para dedicarse al noble arte de juntar letras y crear historias. Espido, con claridad de ideas y de expresión, nos contó una parte de su vida, tal vez con el fin de desmentir esa imagen de niña recatada y moralista que hemos tenido de ella, aun sin conocerla ni siquiera leerla. Si bien no le he metido mucho el diente a sus textos, no me interesa demasiado lo que escribe, quizá porque uno prefiere, por ejemplo, a Anaïs Nin, a quien dedicaré otro artículo. La escritora vasca nos contó su historia de bulimia, y su necesidad de encontrar una voz narrativa propia, que no siguiera los modelos de tantas y tantas escritoras suicidas, véase Virginia Woolf. Suponemos que a lo largo de este tiempo la habrá encontrado, habida cuenta de los premios que ha ganado. También nos contó que ella se sentía más cerca de escritores como Juan Manuel de Prada que de Lucía Etxebarría o Ray Loriga, el cual está provocando ahora revuelo con su Santa Teresa, esto es la generación del «bakalao», el prozac y la literatura hecha a base de colocones anfetamínicos y lisérgicos. Uno no se siente cerca ni de unos ni de otros. Agradezco, no obstante, que se haya desvelado y revelado como una escritora comprometida con la sociedad y la cultura, cuya sensibilidad le permite apreciar el prematuro florecimiento de los almendros en este primaveral valle del Bierzo.

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