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La cara oculta del Palacio

En clara situación de abandono, que no de ruina, uno de los iconos de Arganza y de la comarca languidece. La tercera generación de sus nuevos propietarios desea rescatarlo

Abundan los espacios dedicados a la elaboración de vino

Publicado por
Alejandro J. García - ponferrada
Ponferrada

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Todo el mundo en el Bierzo conoce el Palacio de Arganza y sin embargo, pocos son los que han traspasado sus puertas, cerradas a cal y canto desde hace más de medio siglo. De hecho, la mayor parte de la ciudadanía de la provincia e incluso de parte de la comarca cree que es sólo una famosa marca de un vino de la zona y algo de razón llevan, porque en la casona, pazo o palacio siempre se elaboraron caldos bercianos y hasta se promovieron industrias bodegueras como la cercana cooperativa vitivinícola de Arganza que ahora la separa del Palacio un muro divisorio. Levantado en 1648, su originario aspecto tenía más de medieval por las torres laterales con tejado que flanqueaban la estructura principal del Palacio, llamado de Sánchez Ulloa. Como todos los monumentos nobles sufrió un sin fin de avatares y cambio de titularidades hasta entroncar con los Álvarez de Toledo de Villafranca. Dos de sus hechos históricos más famosos son la destrucción por parte de las tropas francesas y su posterior reconstrucción, ya con el aspecto actual, en 1809. Evocado por el literato por antonomasia del Bierzo, Gil y Carrasco, el Palacio de Arganza terminó su reconstrucción en 1866. Con 500 metros cuadrados por planta, en total cuatro si se cuentan sótano y bajo cubierta. Este auténtico pazo berciano está construido en piedra, sillería, retoques de mampostería y enfoscados bastardos. Todos sus materiales son de la zona: piedra, pizarra, madera de castaño y negrillo. Saturnino hijo, empresario forestal al igual que su padre, accede con la amabilidad que sólo los bercianos tienen, a abrirnos las puertas del viejo caserón que presenta un sólido aspecto en conjunto, aunque un evidente estado de abandono interior. Los ocho dormitorios con hall y chimeneas reflejan las muchas personas que lo habitaban. De los despachos parecen salir personajes de época como los abuelos que cuelgan de un retrato en la pared. Un salón principal, digno de un príncipe, destaca sobre otros más pequeños y coquetos. Paredes desconchadas, manchas de humedad, maderas nobles no ciudadas... no restan un ápice al señorío del lugar. Siempre hay lugar para sorpresas, «aquí se firmaban grandes transacciones vinícolas», comentan. «Mira que vistas de medio Bierzo», abriendo contraventanas y sacando a la luz el corazón de parte de la historia de nuestra comarca. Bajamos a la planta baja, una estupenda panera, cuarto de herramientas, salas de bodegas, pozo interior, despensas enormes donde cientos de ganchos recuerdan las numerosas viandas curadas aquí. Escaleras de película, largos pasillos...Todo en él son recuerdos, detalles de tiempos de lujo y esplendor ahora oscurecidos por el polvo y el olvido. Sus edificios anejos: una leñera, cuadras, palomar y hornos, poco a poco son restaurados con fondos propios y con gran sacrificio y cariño por parte de sus dueños. «Mis abuelos trabajaron y vivieron aquí. Después pasó a mis padres que nos traían largas temporadas». Una niñez que le da a este Palacio un valor para Saturnino, añadido al que ya tiene. Los olivos, mimosas, tilos, plataneros, higueras y demás duermen un invierno que dura ya medio siglo. Demasiado.

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