LA FRAGUA DE FURIL
Política y fútbol
EN REALIDAD, para ser político, en el Bierzo y aún en el resto del mundo globalizado, no hay que ser filósofo, ni verdadero ni fenomenal (en el sentido de apariencia), sino que se necesita una madera única (olé sus huevos fuertes), que consiste en tener unas tragaderas de espanto, y ser un trepa de mucho cuidado, y no me hablen de la honestidad política, y todo ese rollo, porque para llegar alto, muy alto, casi me atrevería a decir que en cualquier asunto, se necesita algo que tienen estos tipos, expertos en tejemanejes varios, y capaces como son de arrastrarse y a veces elevarse sobre el suelo, aunque para ello tengan que caminar sobre cadáveres, porque el hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo, según nos cuenta Ortega en La rebelión de las masas. Lo que resulta sorprendente no es que sea el hombre-masa, con pensamiento de Alicia, quien nos gobierne, como ocurre aquí y allá, en España, coño, y en Usa, joder, sino que el pueblo, que somos masa, nos trastornamos cuando no gana nuestro partido, como ocurre en política y en fútbol, colosos y motores de nuestro universo, porque la política, al igual que el fútbol, nos vacía de soledad e intimidad, y ambos nos apagan las luces para que todos los gatos se vuelvan pardos. Política y fútbol (aúpa la Ponferradina) aspiran a suplantar al conocimiento, a la sabiduría. El fanatismo, tanto en política como en fútbol, nos vuelve apijotados, y provoca en nosotros una necesidad imperiosa de identificarnos con un partido político, con unas siglas, con unos políticos, que en el fondo no satisfarán nuestras necesidades, salvo que zampemos de la olla, la olla podrida, donde se cuecen las corruptelas y demás potajes y/o putajes. Algún fanático del pueblo llano llegó a decir algo increíble: "Ahora que ganamos -sentenció una señora- vamos a comenzar a cortar pescuezos como en el 36". Algo que nos espeluzna, y nos hace repensar el conflicto fratricida, tan presente incluso hoy, donde se alimentan, por parte de los partidos, las rencillas, y los odios más virulentos. Esto ocurrió hace unos años en un pueblo del Bierzo Alto durante unas elecciones municipales. Qué imbéciles somos los humanos, demasiado bestiales, que nos dejamos camelar por cuatro o cinco espabilados. Y encima, lo que resulta aún más espantoso, nos peleamos, sacamos pecho y afilamos los dientes por los intereses de unos seres, que en apariencia piensan por nosotros y nos dan aderezado y servido el bacalao, aunque no esté bien servido ni bien aliñado.