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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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RECUERDO cuando el autobús urbano llegó a Ponferrada. Fue en 1961. También recuerdo mi orgullo de vivir en una ciudad que ya tenía esos adelantos; y aunque yo solo contaba ocho años, estaba ya muy atento a las noticias de los trenes, de los camiones, de los autocares de línea¿ Y también, claro, de los autobuses urbanos. Una tarde, al poco de que empezaran a circular, vi juntos en la plaza de Lazúrtegui a los cuatro autobuses que había entonces; uno por línea. Allí estaban aparcados, ya cerca del ocaso, a la espera de partir hacia destinos que entonces me parecían lejanos: Cuatro Vientos, Compostilla, Puente Boeza o La Placa. Allí estaban los autocares, adornados con unas placas redondas de acero en las esquinas, donde iba grabado escudo de la ciudad. Y con sus chóferes uniformados y que parecían felices. Y con las cobradoras en la trasera, parapetadas sobre la rueda derecha, en una minúscula oficina, incómoda y móvil. También había interventores: mucho personal. Un autocar, creo que el que viajaba a Compostilla, estaba delante del teatro Edesa, un edificio grande y sin gracia, pero con mucha mitología del Oeste, del África negra y de Bengala para los muchachos de entonces. Otro autocar -¿el de Cuatro Vientos?- dormitaba en la acera donde había dos cafés famosos, de aura popular: el Caballero y el Moderno. Cafés de fútbol y forastería; de camareros filósofos. El tercer paquidermo de acero esperaba su partida hacia el fin del mundo y de la Placa, frente a la pequeña travesía que comunica Lazúrtegui con la calle de Antolín López Peláez. El cuarto, el que iba a la parte vieja y luego al puente Mascarón, permanecía en el tiempo delante de un local que olvidé, aunque sé que poco después se instaló allí la cafetería Nagasaki: un nombre exótico que quería competir con el de otra cafetería célebre en la urbe: el Alaska. Y ahora echo a faltar, en aquel tiempo, un café Vladivostok. O tal vez la fonda Sajalín. Ahora Ponferrada no tiene cuatro autocares, sino cerca de veinte, que circulan cada vez más lejos. Y los autocares ya no visten como la Deportiva, sino con elástica roja. Porque así son más visibles, sobre todo entre la niebla. Y las líneas son tantas y tan complejas que no me aclaro. Y esa confusión me permite sentir que la ciudad es mucho más grande de lo que parece, y está bien así. Dentro de poco se podrá vivir en Ponferrada como si uno fuera extranjero. Sin conocer a casi nadie, en círculos de solitarios. Y sin que ninguno se enfade. Círculos de solitarios que viajan en autobús. Al camposanto a veces. Para luego volver, de momento.

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