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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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ME INVITARON a ver una regata de la Copa del América. Con otros compañeros, embarcamos en el velero de la Generalitat Valenciana. Un velero público, que debía ser el único en aquel enjambre de embarcaciones privadas y privadísimas que iluminaba el puerto y la bahía. Un velero viejo, grande y blanco. Como tantos ciudadanos de Valencia, yo no conocía bien las instalaciones nuevas, las que dan cobijo a la famosa competición náutica. Y por eso me sorprendió tanto lo que vi: varios kilómetros de muelles nuevos o remozados; marinas con atracciones y restaurantes; orgía de megayates; recuperación de los viejos tinglados; el bellísimo edificio "Veles i vents" (así empieza uno de los más hermosos versos del poeta medieval valenciano Ausias March) y luego el gran atracón de las bases de los equipos participantes. Edificios modernos, de acero y cristal, decorados con gracia y talento. Y que ahora dicen que van a servir para las escuderías de los coches de la carrera de Fórmula 1 que se celebrará en Valencia en circuito urbano y marino a un tiempo, a la usanza de Mónaco. Todo sea por el prestigio de esta ciudad emborrachada de éxitos y de grandes eventos que fue capaz de convertir al mismísimo Papa en inesperado figurante de un gran ceremonial que también tenía, como inconfesado objetivo, enseñar al mundo los asombrosos brillos blancos de la Ciutat de les Arts i les Ciencies. Bien, salimos al mar, y yo agobiado por tanta gloria porque uno no deja de ser un hombre de eventos íntimos y humildes, literarios a veces, y con eso me basta y me sobra. Ninguna aventura como la que sucede en una habitación con o sin vistas al mar. Ninguna emoción estética como la que un poema desvela. A lo que iba, que se me acaba el artículo: era todo prestigio en el mar. Yates descomunales, alguno parecía un crucero. Mujeres bellas tomando el sol, niños ricos, padres de altanería. Y otros barcos más pequeños, de aficionados venidos de todas partes. Banderas de los cinco continentes, el mar rizado y musculoso. Y allí las dos regatas. Y allí la victoria del Desafío Español, que evitó así su eliminación, lo que no pudieron lograr los prepotentes regatistas del BMW Oracle, destruidos por la escuadra italiana del Luna Rossa. Alegrías, llantos, sonar de sirenas... acompañaron la victoria de los tripulantes de atuendo verde de España. Y yo feliz en la proa del velero, un poco ajeno a todo, protegido por la biodramina, tratando de convertir ese barullo feliz en un artículo: en este. Cual reportero del Bierzo en la corte de Neptuno.

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