Los actores del PSOE
NO LE VENDRÍA nada mal al Partido Socialista de Castilla y León y a toda su estructura inferior importar algo del actual pensamiento de la política francesa por el cual no se tiene legitimidad suficiente para dirigir la política cuando alguien ha sido derrotado y no ha tenido la confianza de los electores en la circunscripción en la que se ha presentado. Es esta una lógica del pensamiento político más elemental. En nuestro partido, por el contrario, estamos acostumbrados a premiar a quienes pierden una y otra vez las elecciones directas, sean estas municipales o regionales, manteniéndoles, como si nada hubiera pasado, en el mismo lugar o destinándoles, incluso, a ámbitos superiores de la política. Esta consolidada práctica genera en el acervo cultural del PSOE la esperanza de que cualquier resultado, por muy negativo que sea, no reportará en los perdedores sino más que un efecto positivo y estos no solo no se verán concernidos por un resultado anticipado por las encuestas o por las reflexiones internas que vaticinen el desastre abstencionista sino, ni siquiera, por la lógica de los resultados adversos. Hay quienes, en el máximo grado de autismo político, llegan incluso a manifestar que la responsabilidad política no obliga a ganar elecciones (Villalba, dixit) validando, sensu contrario, la teoría del puente de plata por la cual deberá otorgarse premio a la sequía política cosechada. Es esta una nefasta teoría, de resultados calamitosos, que se prodiga desde la responsabilidad superior y se exporta a toda la cadena de valor inferior llegando a consolidarse incluso en el ámbito municipal -Ponferrada es ejemplo de ello-, no se sabe muy bien si como método de evasión de la propia irresponsabilidad, mezclada de forma solidaria con la de los demás, o como ocultamiento de la escasa capacidad intelectual. Esta consolidación de las malas prácticas en nuestro PSOE más cercano, olvidándose incluso de los recientes e ilusionantes comportamientos federales que llevaron a ZP a la secretaría general, trae consigo el abstencionismo de esa importante masa electoral que sigue a la espera de un código diferenciado de comportamiento, alejado de procedimientos autoritarios, erróneamente asignados solo a la derecha y que, una vez más, al igual que personajes dramáticos de Pirandello, necesita de actores que no se mofen de ellos, alzando su voz abstencionista en espera de nuevos referentes en quienes depositar su perdida confianza. Después de dieciséis años de sequía, ¿sabremos estar a la altura de las lecciones que nos enseña la tragedia o se permitirá seguir escenificando a los mismos actores la misma comedia?