Cifras y letras
EN ESTOS tiempos más autonomistas, nacionalistas e independentistas que nunca, a algunos políticos se les llena la boca con el machacado recurso de la especificidad que habitualmente emplean para mantener viva su razón de estar en la res publica. Cultura propia, lengua propia... ¿y de números? ¿quién habla de números? Porque reivindicar autonomías está muy bien, pero, oiga, tradúzcanme matemáticamente los términos «Autonomía Leonesa» o «Bierzo Provincia», y no me vale la demagógica y recurrente respuesta de que «todo serán beneficios». Por lo tanto, a ver si alguien con el suficiente rigor es capaz de coger el toro por los cuernos y sale a la palestra a convencernos, con cifras y argumentos empíricos en la mano, de que a un territorio le convendría, para su mejor desarrollo y bienestar, variar su estatus dentro del actual mapa autonómico. Quizás de esta forma, la ciudadanía pueda llegar a plantearse con seriedad, sin frivolidades y partidismos, esta cuestión. Está claro y es lógico que en una Comunidad Autónoma del tamaño de la de Castilla y León, que limita con las de Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, La Rioja, Aragón, Castilla-La Mancha, Madrid y Extremadura, además de con Portugal -casi ná- se den múltiples sensibilidades culturales. Y quien más quien menos, en su fuero interno, sabe que ésto es una realidad palpable que no se puede rehuir, reducir o disimular creando sentimientos artificiales. Aquí de lo que hay que hablar es de la renta per cápita y, sobre todo, de la redistribución de la riqueza y de la solidaridad interprovincial. Éste es el verdadero debate a la hora de plantear la creación o no de nuevas autonomías dentro de una que puede ser excesivamente grande. ¿Quiénes son los que más aportan a la hucha comunitaria? ¿Y los que más aportan, reciben después en términos proporcionales o son víctimas de un exceso de solidaridad? ¿Igual que hay una Europa y una España, acaso existe una Castilla y León de dos velocidades? Hablemos de números, porque de aspectos culturales como las variedades lingüísticas y los relacionados con las tradiciones, costumbres y entorno natural, aún reconociéndolos y siendo plenamente conscientes de ellos, y respetando profundamente su protección y mantenimiento, estamos ya de vuelta y media. Hay que decirle de una vez a la ciudadanía lo que su vida va a cambiar en términos empíricos si su hábitat se modifica territorial y administrativamente. Aquí, como en el concurso televisivo: «Cifras y letras».