Un «vrano» con Mónica
ENTRE fiestas, festivales y músicas varias y variadas andamos en este julio que no acaba de calentarnos las bielas porque, como bien dice un amiguete, el invierno en el Bierzo se extiende hasta principios de agosto, que es cuando el personal, que vive en otros lugares, se acerca a nuestra comarca, suponemos que a descansar, comer bien y divertirse. El Bierzo cambia su semblante en cuanto asoman unas rayadinas de sol. Entonces el paisanaje se vuelve alegre, sensual y atrevido, y no hay pueblo sin romería, en la que se asen unas sardinas, chorizos, incluso un jato, como viene ocurriendo desde hace años en Cabanillas de San Justo, o bien en el barrio de San Pedro de Noceda, y se baile una jota, o lo que se tercie, que puestos al «dance» no hay quien se resista a brincar y rebrincar. Siempre me ha sorprendido el rostro de fiesta que se le pone al Bierzo en verano. Incluso diría que el «vrano» berciano es como esos veranos breves pero intensos y amorosos que hemos visto en las películas de Bergman, como Un verano con Mónica o Fresas salvajes . El verano en el Bierzo es la vida en todo su esplendor. Como lo es en Suecia, donde la luminosidad, salvo en verano, brilla por su ausencia. Lástima que una gran parte del año también nosotros vivamos en letargo, como los osos en sus guaridas. De repente comienzan las fiestas y festivales acá y allá, y uno casi no sabe con qué quedarse, porque a partir de ahora la fiesta está asegurada en todos los pueblos, incluso en los que ya no vive ni un alma, que son varios, cada vez más, a resultas del envejecimiento y la despoblación. Como es el caso de Urdiales, donde sus oriundos, que viven casi todos en Bembibre desde hace años, siguen montando una romería en esta aldea de Gistredo. Descorchamos el Xamprada con el concierto del gran Paxariño en el ensoñador patio del Museo del Bierzo, y continuamos con la noche templaria, que en los últimos años está agarrando temple, las fiestas de Cubillos, San Cristóbal de Valdueza, etc, hasta llegar al festival del Mirador de la Reina de Carracedo. Con tanto sarao uno acaba enfiestado y engolfado, y así no hay quien a agachar el «llombo» y meterle mano a la faena diaria. Si a ello sumamos el festival de Ortigueira, que aunque gallego nos toca el alma, el panorama se nos hace músico-balsámico. «Mejor de boda, que de entierro», dicen los paisanos, y qué razón tienen, porque mientras haya fiesta que nos quiten lo bailao. A seguir dándole, que diría nuestro cuate Abel.