Cerrar
Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

Creado:

Actualizado:

CON FRECUENCIA, LOS análisis políticos, como los estudios de historia, obtienen relaciones causales voluntarias que, en realidad, no son más que el fruto azaroso de procesos espontáneos que nadie planeó. Y como casi nunca es fácil deslindar la intencionalidad de lo fortuito, quede al menos constancia de la duda en este diagnóstico, que ya ha circulado por diversos rincones de este páramo intelectual de agosto: el Gobierno de Zapatero habría decidido dar un «giro españolista» antes de afrontar la recta final de la legislatura, con vistas a las elecciones generales que previsiblemente se celebrarán en marzo. Es bien conocido el viejo compromiso de Rodríguez Zapatero con Maragall, quien intervino decisivamente durante el Congreso Federal del PSOE del 2000 en la elección de aquél como secretario general y quien, asimismo, dio impulso político y mediático desde la presidencia de la Generalitat conseguida en 2003 a la candidatura de Zapatero en las elecciones generales del 2004. Por tal motivo, el ya presidente socialista del Gobierno, prisionero de la causa estatutaria, no tuvo más remedio que condescender con la reforma del Estatut, e incluso fue necesaria su intervención para contener el desafuero y hacer posible un texto si no plenamente aceptable, sí al menos más decoroso y menos chirriante que el que había surgido en primera instancia del Parlamento de Cataluña. Paralelamente, el líder socialista quiso ensayar un nuevo «proceso de paz» con ETA, que arrancó con esperanza, tuvo sus altibajos, se despeñó a finales del 2006 con el atentado de la T-4 y acabó naufragando irremisiblemente poco después. Pues bien: una vez concluidos estos dos empeños de fuerte contenido 'territorial' y periférico, que han marcado decisivamente una legislatura que, por otra parte, ha estado cargada de iniciativas y de una intensa actividad legislativa, es lógico que Rodríguez Zapatero se haya volcado en las políticas propiamente estatales, en la recuperación de una generalidad que obliga a poner el énfasis en una visión de conjunto de todo el Estado. En esto consistiría el «giro españolista» que diversos hermeneutas de la conducta gubernamental aseguran haber detectado ya. Previsiblemente, este «giro» se hará sobre todo manifiesto en los meses que faltan, en el desarrollo de las propuestas que vayan a constituir el programa electoral del PSOE. Sin embargo, hay ya algunos signos bien evidentes: la conclusión del «proceso de paz» se ha sellado con gestos expeditivos tales como la manifiesta complacencia ante el encarcelamiento de Otegi o la prisión de De Juana Chaos. Pero este vector españolista y patriótico ha quedado sobre todo de manifiesto en Navarra: la renuncia a gobernar la comunidad foral con la dudosa complicidad de NB ubica mejor al Partido Socialista que cualquier discurso e insinúa una toma de distancia del PSOE con relación al nacionalismo, del que -como todos los gobiernos en minoría- ha dependido irremediablemente a lo largo del cuatrienio. En política, la voluntad de hacer queda siempre mediatizada por las circunstancias, y ello es sobre todo así en sistemas como el nuestro, en que los gobiernos han de resultar a menudo de la formación previa de pactos y coaliciones. De ahí que, una vez detectada la dirección del proceso político, haya que preguntarse si este «giro españolista» es en realidad una mudanza estratégica parta disfrazar una propensión fuertemente centrífuga, confederalista, o si más bien lo que está ocurriendo es que el Partido Socialista regresa a su estado natural después de un viaje forzado por las circunstancias (y me refiero al caso del Estatuto catalán, no al del «proceso de paz», que tenía mucho menos contenido ideológico, pese a lo que se ha llegado a decir). En realidad, más bien parece lo segundo que lo primero.

Cargando contenidos...