LA TRILLADORA
Dame algo
DÍAS ATRÁS pude al fin disfrutar de la intensidad, contundencia y a la vez elegancia de un mencía fermentado en barrica durante una animada conversación con Melchor; no Moreno, el de Torre, sino el Rey Mago de Oriente. Años y años llevaba intentando que el Mago Chalupa me gestionase una entrevista con él, o con sus colegas Gaspar y Baltasar. Y al final, mi sueño, mi mejor regalo de esta Navidad, lo he visto cumplido. La verdad que Melchor es un tipo simpático, campechano y con semblante bonachón, como no podía ser de otra manera, al margen de que frunciese el ceño cuando, en lugar del nuevo Ibertren , cogí y le pedí directamente un AVE; cariacontecido, tomó nota de mi petición en su agenda electrónica, y me dijo que él hacía regalos, no milagros, y que tendría mi AVE, pero claro, me pidió paciencia. Superado el trago del AVE con otro de mencía, el voluntarioso Melchor aguardaba con temor y expectante mi siguiente solicitud. Trasladándole mi afición por el Scalextric , el monarca mago exhibió una sonrisa cómplice, que rápidamente se borraría de su cara cuando comprobó que lo que realmente le estaba demandando era una autovía entre Ponferrada y Ourense. Nuevamente tomó su PDA , apuntó mi plegaria, y volvió a indicarme que tendría mi autovía, pero que fuese paciente. Melchor pidió otra botella, sabedor de que mis caprichos no habían llegado todavía a su fin. No quise pasar por alto mi gusto por las maquetas, y mi ilusión por contruir algún día la de una gran ciudad. Melchor, un tanto nervioso, me dijo que las tenía, y de varias capitales europeas. El problema surgió cuando le pedí, no una maqueta a escala, sino una reproducción a tamaño real; y no de una ciudad europea, sino de la Ciudad de la Energía. Apuró su copa de un trago, sacó una vez más su agenda, añadió el nuevo ítem y, una vez más, apeló a la facultad de saber esperar. Desconcertado y pensativo, no por el vino, sino por el contenido de mi carta, el bueno de Melchor tuvo aún fuerzas para, ya de estar por estos lares, expresar su deseo de probar el embutido rey de la gastronomía berciana. Pero antes de que le entrásemos al botillo, aún tuve tiempo de soltarle, como que no quiere la cosa, mi ilusión por mejorar las comunicaciones con Asturias o La Cabrera, por tener un «Ponfeblino» o un Bayo con muchas empresas. Lo siguiente que salió de su boca fue un «¡¿por qué no te callas?!» Entonces me di cuenta de que quizás me había excedido un tanto en mis peticiones y de que, si había un inocente, ése era yo.