Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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LEÍ UNA ENTREVISTA con Luis del Olmo. Una de las preguntas buscaba saber en qué momento el célebre comunicador berciano había conocido un aparato de radio, y dónde. Y Luis del Olmo citó a don Leoncio. A la casa de don Leoncio, donde escuchó la voz remota de algún locutor. O una música. Esto debió suceder, claro, en los años cuarenta, dada la fecha de nacimiento de Luis del Olmo. Y entonces yo recordé a don Leoncio. Que era practicante. El más famoso de la ciudad, probablemente. Don Leoncio, sí; alguna vez vino a casa. Y yo ahora caigo que aquel hombre tenía una impronta casi romántica. Pero contemporánea, también. Como de policía escéptico y experimentado. Yo recuerdo su rostro, ya mayor, sesentón. Un rostro con arrugas. Y una mata de pelo extraordinaria. Una pelambrera prodigiosa. Bastante larga, como un plantel. Creo que llevaba gafas, pero no estoy seguro del todo. Sí recuerdo la gabardina, que no se quitó cuando vino a ponerme una inyección a la casa donde vivíamos, en la avenida de España esquina a la plaza de Fernando Miranda. Don Leoncio subió los cuatro pisos, una microscópica parte de los miles de pisos que coronaba cada año. Y allí se sentó, a mi lado. Y empecé a ver el despliegue de su inquietante maletín, con aquella cajita de metal. Y ya los malditos artefactos punzantes. Y yo aterrado, apoyada mi espalda en el cabezal de estilo colonial de aquella infancia. El mismo cabezal que sigue vivo, útil y modesto, a ochocientos kilómetros de distancia. No sé si me hizo daño. Lo que sí recuerdo es a don Leoncio preparando su labor. Algo agachado, dueño absoluto de su profesión, y no sé si en el fondo feliz de hacer lo que hacía: ir por las casas curando a la gente. Y pienso ahora que don Leoncio era entonces, probablemente, la persona que mejor podía conocer la ciudad de Ponferrada en aquellos tiempos oscuros del Dólar. La ciudad del pavés y de los rudos almacenes de piensos, y de las serrerías enclavadas en las calles céntricas. Don Leoncio visitando a la ciudad enferma y esperanzada. Entre la lluvia y el frío, la hora nocturna, la doliente madrugada. Se quedó su recuerdo en mí. Pero mi memoria nunca dio en recuperarlo. Cayó en un fondo de gentes e imágenes ocultas. Hasta que la entrevista de Luis del Olmo lo sacó de ese pozo extrañamente luminoso. Y volví a ver a don Leoncio, con su cabellera negra, con su rostro tallado, con su gabardina, con sus pasos. La de un hombre que conocía todos los hombres y mujeres, todos los niños, todo el dolor y las cosas que hay por los hogares. Y todo debía mirarlo con piedad.

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