LA HUELLA
Volver en Semana Santa
MUCHOS de los que nos visitan estos días llegan por un folleto turístico, por la recomendación de alguien, o porque ya conocen El Bierzo y vuelven. Durante más de veinte años yo volvía por Navidad, pero entonces el invierno era un cerco de nieblas, con el valle dormido y las montañas inaccesibles por las heladas o la nieve. Así que el verdadero regreso al Bierzo era por Semana Santa, como una turista más, hambrienta de paisajes, de cierta luz, de algunos rincones urbanos, del silencio, del poder de algunas piedras, del olor de las mimosas. Ajena durante meses al mundanal ruido de lo que aquí sucedía, lo que yo buscaba en el regreso estaba siempre ahí, perenne, latiendo, esperándome a mí y a tantos otros. No eran, ni siguen siéndolo, las festividades litúrgicas lo que yo celebraba. « El Bierzo me suena a silencio, naturaleza, a mina, a esfuerzo y a vida interior », dijo Carles Francino, que estuvo en Ponferrada hace unos días emitiendo su Hoy por hoy desde el Teatro Bergidum, en homenaje a los veinticinco años de vida de Radio Bierzo. Creo que tiene buen oído. Hace tiempo, yo creía que el berciano era poco consciente del valor y la belleza de su tierra, porque en el día a día miraban más a lo que hacía o deshacía el vecino que hacia el impresionante pico de la Aquiana, hacia las ruinas abandonadas de monasterios y castillos, o a que los ríos estuvieran limpios . Ahora creo que todo berciano ama profundamente su tierra, que la siente como un tesoro, pero es austero en su expresión y calla, no gusta de hacerse propaganda, no sea que vengan demasiados a explotarla y se lleven el tesoro. Y el tesoro sigue aquí, más tesoro que nunca en estos tiempos de reconversiones hacia políticas económicas que cuiden y revaloricen el medioambiente, de proyectos que se asienten más sobre nuestros recursos naturales y culturales, y menos sobre tanto cemento urbano e industrias contaminantes. Bien que los niños planten encinas, y acebos, madroños, tejos y laureles, como hicieron hace unos días en Arganza y Ponferrada, pues están plantando su futuro. Bien que se llenen los hoteles urbanos, y ojalá también las casas rurales. Que los que gusten de las festividades litúrgicas acudan a las iglesias y procesiones, y los que queremos el silencio y la transparencia, vayamos con pasos más irregulares por los múltiples caminos y senderos de nuestro tesoro. En las liturgias de la vida y de la muerte, hay sitio para todos. El problema es que aún no podemos decidir cuando debe llover y cuando no.