Diario de León
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ESTER FOLGUERAL
León

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PODRÍA escribir sobre la flor del cerezo, o de senderos ocultos que terminan en ninguna parte, o aplaudir con mis palabras el excelente trabajo del IEB en sus Jornadas de autor, pero esta huella es de todos, y me llega el eco del malestar de las gentes del mundo artístico y literario por los actos del Centenario, que sí, que en un menú de fiesta es difícil complacer a todos, pero es que han dejado de lado platos que muchos consideramos necesarios, todo lo que alimenta nuestra alma más que nuestros bolsillos. ¿Dónde están las obras, o al menos pedacitos de obras, que nos ayuden a sentir y a pensar?. Mucha historia y recuento, ningún cuento, ningún acto poético, ninguna exposición de pintura; sólo algunas charlas sobre artes plásticas y literatura. Al menos tendremos música, no sé qué vino y no sé qué dulce. No es un menú para todos, y menos para los jóvenes, que en su mundo de nuevas tecnologías pasarán de nuestras formas y montarán sus propios foros de opinión. «La Ponferrada literaria, artística y conectada al mundo, debería ser -vino a decirnos César Gavela- la próxima etapa que debe marcar un antes y un después en la historia de la ciudad». Algunos somos quiénes somos porque un abuelo nos contaba, en las noches pretecnológicas y casi preindustriales, cuentos que nunca nos cansábamos de escuchar, porque la oralidad incluía escenificación, como actores sabios que habían aprendido qué palabras, qué gestos, qué silencios nos atrapaban. Y si era necesario coger la sábana de la abuela para ser fantasma, la cogían, aunque luego fueran reñidos como chiquillos por usar las cosas útiles al servicio de la fantasía. O somos quiénes somos porque una vez sentimos un placer indecible viendo lo que podíamos hacer con un lápiz en las manos y una goma de borrar, atrapados para siempre en recrear la luz, la sombra, las miradas, la magia del color. Somos la huella de la huella de los que nos precedieron, con los pasos livianos de la imaginación por un mundo de aire y silencio que no conoce fronteras, la poesía, los que heredamos «lo que borda la ternura sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palpita como un rubí en el melodioso pico de los pájaros». Muchos no queremos un lugar destacado en el olimpo de una provincia del interior, ni ser el producto de oferta de algunos gestores culturales, sólo vivir en el legado invendible de los sueños y la memoria, y que la antorcha siga pasando de unos a otros, que no terminen los cuentos, el arte, la poesía, «que no se pierda el hilo de la literatura», nos dijo el otro día Raúl Guerra Garrido. Hagan lo posible.

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