La xenofobia
ARRECIA sobre el inmigrante en cuanto soplan los primeros vientos de la recesión. Pero la ola xenófoba que viene es más profunda de lo que parece, con más de cuarenta muertos y 30.000 refugiados en Suráfrica, mientras el gobierno de Italia se permite leyes criminalizadoras del extranjero, aunque sea ciudadano europeo, leyes que no se atrevió a apadrinar Mussolini, que, de paso, permiten a Berlusconi apartar los focos de otras leyes a la medida de sus intereses que sacan de la ilegalidad a algunas de sus empresas mediáticas, como Rete4, a costa del erario público italiano. Es increíble este cierre de fronteras en Italia, pues siempre recordaré en mis viajes por el mundo para contactar con los emigrantes españoles, que en la historia de cada uno de ellos solía aparecer un italiano que les había ayudado a abrirse camino en tiempos difíciles. En la Europa de los 27 se habla muy poco del modelo social europeo, no es bastante que el inmigrante haya contribuido al bienestar compartido por la mayoría, son cada vez más las voces que hablan de mano dura y dura ley como el acuerdo alcanzado días pasados, por unanimidad, que deja sin asistencia legal gratuita a los inmigrantes y les amenaza con un período máximo de retención, con la consiguiente expulsión y la prohibición de regresar en cinco años. Veremos si el Parlamento Europeo es capaz de hacer frente a la propuesta, será difícil, pues países hasta ahora abanderados de una política humanizadora de las acogidas, como España, se limitan ahora a aconsejar a sus socios que hagan lo que buenamente puedan por los inmigrantes. Escribo desde el Bierzo verde, mestizo y acogedor, donde revienta la primavera más redonda que recuerdo desde los años de Bruselas. Veo por la calle a inmigrantes que ya han tenido que cambiar de oficio y de residencia, ya le han visto las orejas al lobo, aunque con brotes no tan agresivos como los ocurridos en Lugo y Pontevedra días pasados. Pero todo llegará, porque Europa ha optado de nuevo por la política cegata de poner puertas al campo, en vez de reafirmarse en su viejo modelo social que ha creado el mayor espacio de libertad y bienestar en el mundo, aceptando sin miedo el principio kantiano de que sólo lo ético es político. El problema no es sólo la pérdida del rumbo moral que supone aceptar que toda legalidad es justa, el problema es que algunas leyes atraen a las tempestades.