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ESTER FOLGUERAL
León

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EXISTE el amor y el desamor, y el sortilegio de las noches de junio. Los tulipanes que nunca emergieron de la tierra y desconocen la suavidad de la caricia que encierra su vida. Existe el gris negruzco del desamor, las lunas que sangran, el chisporroteo del amarillo fabricando ilusiones que no cuajan, que no son carne en el alma. Existen días en los que todas las batallas parecen perdidas. Y existe la amistad, las cerezas heridas por la lluvia, el tiempo de sacar los membrillos podridos del armario, los que un día perfumaron nuestra ropa. Existen, que nunca son suficientes, las rosas enamoradas que abren las noches y se quedan temblando, los ojos cansados de escuchar, la lluvia joven en las edades del agua. Existen días de fiebre que impiden razonar sobre un mundo que también tiene fiebre, levantar adoquines, subir escaleras hacia torres con balcones ridículos que miran al río de aguas profundas. Días de mariposas invisibles con los ojos de vidrio y la temperatura de un volcán en una cama de amapolas, donde el cuerpo fabrica gotas de rocío. Existe el respeto a la vida, siempre más fácil de destruir que de crear o mantener. Junio, el tiempo de quemar todo lo que no sirve para seguir ardiendo un año más, cumplir un año más, saltar las nueve olas en el mar de los deseos más profundos, caminar sobre las brasas que arden bajo nuestros pies como si fuera posible alcanzar la otra orilla del fuego sin quemarnos. El sortilegio de las noches de junio, los ritos del aire pagano, el agua con flores blancas que limpia de amenazas las sombras, las madreselvas cerca de los lagos, los tréboles gigantes que conocen el nombre de todos los árboles, las plantas de poder recogidas en la madrugada, «la oscuridad de las caídas infinitas/ y el juego centelleante de las ascensiones luminosas». Donde existe un poema, está la piel del que busca el nombre de las cosas, en este rincón del mundo y en cualquier lugar del mundo. Donde se deslizan los caracoles, está la huella de una borrasca. Y donde existió un amor, queda siempre una gota indestructible para volverlo a engendrar. Es pura magia esta vida tan absurda y sensible, donde hay razones que la razón no entiende, por más que enviemos plegarias a las estrellas en la noche de San Juan e intentemos adivinar lo que se alzará delante de nosotros. Siempre existe un punto impredecible, un dolor libre, un amor errante, y cerezas heridas por la lluvia que no se pueden vender.

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