Diario de León
Publicado por
JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
León

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LLEGAMOS a la estación de Austerlitz de madrugada, en el tren costa del sol, después un viaje nocturno y divertido en la compañía ocasional del pintor Antonio Saura. Amancio ya conocía París, yo la vi por vez primera, tal como la había soñado, estrenando mi primer pasaporte largamente deseado, «sólo para Francia y por razón de estudios». Pero ya no había fronteras en Europa y casi lo primero que hicimos fue acercarnos hasta Frisonia donde el amigo Domingo investigaba algo sobre lengua gallega en la Universidad de Groninguen. Regresamos pronto a París, Noviembre de 1973, donde en los estudios Sobrepón, la Boite a Musique había grabado el primer LP de Amancio a quien veo tembloroso acunando el disco como a su primer hijo. En España eran tiempos de ordeno y mando y acompáñeme usted al cuartelillo, de hecho el disco rememora gaviotas tejiendo miedos sobre los tejados de Cangas, labriegos de manos encallecidas que no pudieron viajar ni descansar. Es un homenaje a cuantos luchan en la oscuridad de la noche para hacer salir el sol. Basta añadir que los versos monorrimos del poeta de la Barosa Luis López Álvarez fueron retirados por la censura en la posterior edición española, dejando bien claro que, efectivamente, se seguían ensañando en Fuensaldaña. El disco compacto recién editado respeta aquel sabor original en todo, incluida la voz acatarrada de Amancio a quien mucho agradezco su visita a Noceda y la dedicatoria «a mi amigo Pepe, que compartió conmigo esta ilusión» y el recital bajo el fresno familiar, recordando a la que se fue y rememorando aquellas tertulias de La Bull D'Or, rescoldo chispeante del mayo francés, donde pude comprobar que mi nivel de latín y griego era mejorable mientras García Calvo y Gómez Pin debatían sobre los presocráticos y de cómo si no existiera la miel los higos nos parecerían más dulces de lo que en realidad son. Había mucha gente joven y despierta en aquella tertulia en el corazón del Bario Latino, gente sana y limpia de corazón. Amancio y Gattinoni, el violonchelista argentino llegado de la mano amiga de Caludine Ducos, eran ofensivamente jóvenes y peludos, lo éramos todos entonces, pero la trayectoria de Amancio, impecable desde aquel disco fundacional, es rectilínea sin dejar de sorprendernos con esa inagotable fuente de inspiración poética y musical que llevó a Álvaro Feito a escribir, con instinto profético, que su trabajo es un resumen de muchos siglos de canción.

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