LA GAVETA
Jerónima Blanco
TODOS HEMOS leído la historia de Jerónima Blanco, asesinada en Flores del Sil en 1936. Muerta embarazada, muerto también su niño de tres años. Garra negra de la guerra infame, del odio entre vecinos; entre gentes que días antes de que se abriera la veda de la muerte, se saludaban. O coexistían. Así pasó hace poco en la antigua Yugoslavia. Porque el odio es el mismo en todas partes. La Guerra Civil en el Bierzo fue espantosa. Pero en toda España también lo fue. Yo, que vivo en el Mediterráneo, he sabido tragedias terribles, perpetradas en este caso por la izquierda, por los milicianos, por los criminales del bando comunista. Por los que tanto pisotearon la idea anarquista. Es lo mismo: es el odio. El analfabetismo, la bestialidad, el tiempo ciego sin normas y sin castigo. Me decía mi gran amigo Ricardo Muñoz Suay -que había hecho la guerra como joven líder comunista, y que supo mucho de aquellos años terribles- que lo que más les gustaba a muchas personas no era robar, ni tampoco cometer delitos sexuales, o quemar casas. No. Lo que más les gustaba a muchos, él decía muchos, no pocos, era matar. Lo que más. Me quedé sin habla. Porque yo siempre creí, y creo, que los asesinos eran siempre pocos. Y, por lo general, tarados, enfermos. Pero no es así. La guerra despierta mucha venganza. Y esa venganza suele nacer del odio hacia uno mismo. Tanta gente frustrada por miles de razones, tanto resentimiento acumulado que sale a flote cuando se puede matar. La guerra es poder matar. Y que no te pase nada. Solo así se puede perpetrar, y tampoco, y nunca, un delito tan atroz. Matar a una madre joven y buena, embarazada. Y a su hijo. Este crimen horrible que pasó en Ponferrada, y que fue uno más, de tantos que hubo, debe ser tomado como símbolo. Ahora que los restos de las víctimas han aparecido. Debe ser asumido por toda la ciudad como algo muy propio, por todos sus habitantes. Es un modo de abrazar a Jerónima Blanco y a su niño asesinado. Y a tantas personas que murieron bárbaramente en aquel tiempo. En la siniestra retaguardia. Se habla de 500 asesinados en Montearenas. Y de muchos más en todo el Bierzo, miles. Jerónima Blanco debe ser un faro de esa memoria que nunca podemos olvidar, que tampoco tiene que atormentarnos. O hacernos rencorosos. No. Jerónima Blanco, como blanca bandera de luz y de esperanza. Crimen que fructifique ahora en más justicia, en más cultura, en más libertad y compromiso. Jerónima Blanco y su hijo: una calle debería honrarles. O un parque. O un colegio. O un lugar bello y afectuoso de Ponferrada.